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Por Françoise Vergès. Pub­li­ca­do el 29 de mar­zo de 2020, en francés, en Con­tretemps.

El trabajo invisible detrás del confinamiento
Capitalismo, género, racilización y Covid 19

En Fran­cia, entramos en la segun­da sem­ana de “con­fi­namien­to” dec­re­ta­do por el gob­ier­no de Macron para hac­er frente a la pan­demia del COVID-19, el 24 de mar­zo de 2020, y ya se está resque­bra­jan­do por todos lados. No voy a evo­car aquí las medias ver­dades, las semi con­fe­siones, men­ti­ras por omisión y evi­den­cias de incom­pe­ten­cia, de indifer­en­cia, de des­pre­cio por parte del gob­ier­no que ya han sido sobrada­mente denun­ci­adas y anal­izadas por los medios de comunicación y las redes sociales. El tra­ba­jo de estu­dio y análisis no ha con­clu­i­do; debe seguir ade­lante y es mucho más impor­tante – puesto que ali­men­ta las luchas futuras – que el con­jun­to de declara­ciones en for­ma de oráculo (“nada será ya como antes”, “habrá que…”) o que la serie de comen­tar­ios y reflex­iones referi­dos al con­fi­namien­to como un peri­o­do de regre­so a si mis­mo o de redes­cubrim­ien­to de alegrías sencillas.

Tam­poco voy tratar aquí sobre la con­tro­ver­sia en torno a la cloro­quina; no es de mi com­pe­ten­cia. Sin embar­go, voy a comen­tar un tema que ya men­cioné en un post de Face­book el 18 de mar­zo y que sigue sien­do rel­e­vante para mí. En aquel entonces escribí:

De modo que a par­tir de aho­ra hay con­fi­nadxs y no con­fi­nadxs, estos últimos ase­gu­ran la sub­sis­ten­cia cotid­i­ana de los primeros – son los que lle­van los pro­duc­tos a las tien­das, los orde­nan en los estantes, limpian, atien­den las cajas reg­istrado­ras, bar­ren­deros, carterxs, repar­tidores (esta mañana ya he vis­to tres), con­duc­torxs de trans­porte, mujeres de la limpieza de hote­les y camar­erxs de hote­les (que per­manecen abier­tos y mantienen el ser­vi­cio de habita­ciones) y otros muchos más. Clase, género, edad, racialización, salud atañen a ambos gru­pos, pero lxs no con­fi­nadxs son los más expuestos.

En lo que a los detalles del con­fi­namien­to se refiere, los hay que viv­en en 2 m² y los hay que viv­en en 150 m², quienes pueden pedir algo a domi­cilio o no, quienes dispo­nen de dinero para abonarse a una serie de por­tales de stream­ing o no, quienes dispo­nen de fon­dos para ase­gu­rar las com­pras para el hog­ar o no, quienes pueden ayu­dar a los niños con las tar­eas o no, quienes dispo­nen de orde­nador e impre­so­ra o no, quienes están total­mente ais­la­dos o no,
quienes tienen pape­les o no, quienes tienen una situación financiera con­fort­able o no, mujeres y niños que viv­en con compañeros vio­len­tos, mujeres solas con niños, en fin, miles y miles de situa­ciones asfix­i­adas bajo el dis­cur­so de unidad nacional de un país en el que las desigual­dades, la vio­len­cia de esta­do, el racis­mo y el sex­is­mo vienen orga­ni­zan­do la vida social des­de hace años.

Las mues­tras de sol­i­dari­dad, numerosas, que se están coor­di­nan­do y son for­mi­da­bles no deben rem­plazar las respon­s­abil­i­dades del Esta­do. (Y me refiero a la vida cotid­i­ana, no hablo solo del per­son­al médico, evi­den­te­mente muy expuesto, sino también de todas las per­sonas que ase­gu­ran el fun­cionamien­to de un hos­pi­tal, es decir de aque­l­las que limpian, cus­to­di­an, tra­ba­jan en la administración). El con­fi­namien­to es posi­ble gra­cias a todas las per­sonas invis­i­bi­lizadas, la mayoría de las veces mal pagadas y explotadas.”

Lo que estoy sub­rayan­do aquí es la con­tinuidad de una estruc­tura: lo que posi­bili­ta la vida en tiem­pos “nor­males” y en tiem­pos de pan­demia, no es únicamente la explotación, sino la invis­i­bi­liza­cion del tra­ba­jo efec­tu­a­do por mil­lones de mujeres, y también de hom­bres. Nues­tra sol­i­dari­dad con el per­son­al san­i­tario no debe per­mi­tir que des­cuidemos la nece­saria sol­i­dari­dad con lxs pri­sion­erxs del cap­i­tal­is­mo en tiem­pos de pandemia.

La metáfora del bar­co de negreros como máquina de cap­i­tal­is­mo racial, como una de las matri­ces de la mod­ernidad o como matriz de la raza tal y como lo ha evi­den­ci­a­do Elsa Dor­lin (Defend­er­se. Una filosofía de la vio­len­cia, Hekht libros, 2018), puede tal vez apli­carse aquí. En la bode­ga, colo­ca­ban a lxs invis­i­bles, cau­tivxs, en total promis­cuidad. Uno podía yac­er jun­to a un cadáver, la enfer­medad se extendía a un rit­mo increíble. Arro­ja­ban los cuer­pos por la bor­da, pero el bar­co avan­z­a­ba y armadores, ban­queros, ase­gu­radores, cap­i­tanes, propi­etar­ios de planta­ciones e indus­tri­ales hacían fortuna.

Los esclavos fueron una fuente de energía indis­pens­able para la emer­gen­cia del cap­i­tal­is­mo. Su invis­i­bil­i­dad era nece­saria, permitía hac­er nat­ur­al algo que no lo era en abso­lu­to: las condi­ciones de producción, de abastec­imien­to y de con­sumo, pero también el cuida­do y la limpieza, en el que se entre­lazan clase, racialización, género y sex­u­al­i­dad. De tal modo que la invis­i­bil­i­dad con­tribuye a con­fig­u­rar el con­sen­timien­to al cap­i­tal­is­mo y por lo tan­to la hegemonía en el sen­ti­do gramsciano:

El ejer­ci­cio ‘nor­mal’ de la hegemonía […] lo car­ac­ter­i­za la combinación de la fuerza y el con­sen­timien­to que se equi­li­bran de for­ma durable, sin que la fuerza prevalez­ca sobre el con­sen­timien­to, procu­ran­do inclu­so obten­er que la fuerza aparez­ca apoy­a­da por el con­sen­timien­to de la mayoría”.1

Asimis­mo, en Fran­cia, el con­fi­namien­to se sus­ten­ta en el dis­cur­so de unidad nacional, de respon­s­abil­i­dad colec­ti­va y de sol­i­dari­dad, que ase­gu­ra la producción de un cier­to con­sen­timien­to, pero también de miedo, represión, cas­ti­go e inclu­so detención pro­vi­sion­al por des­obe­de­cer las medi­das de con­fi­namien­to. El dis­cur­so guber­na­men­tal y la práctica poli­cial definen así una fron­tera entre, por un lado, lxs buenxs ciu­dadanxs, que obedecerán y comprenderán las necesi­dades aso­ci­adas a la unión nacional y a la respon­s­abil­i­dad colec­ti­va y por otro, lxs habi­tantes de los bar­rios pop­u­lares indis­ci­plinadxs, con­ce­bidxs inevitable­mente como pueblo des­obe­di­ente; entre el que hace foot­ing en un bar­rio social­mente favore­ci­do y la que sale a hac­er la com­pra, olvi­dan­do su autorización, en un bar­rio popular.
El cri­te­rio, la medi­da sobre la que se basa la nor­ma de con­fi­namien­to, es la de una per­sona sana, sin ningu­na minusvalía, aco­moda­da, que vive en un bar­rio en el que los com­er­cios y las far­ma­cias están próximos, o sea, un hom­bre blan­co de la burguesía, cuyos deslices con respec­to a la dis­tan­cia de con­fi­namien­to la policía con­tem­plará con cier­ta ama­bil­i­dad. Y a par­tir de ahí, se identificarán y se rechazarán otros per­files con­forme a una jerarquía de la peli­grosi­dad, no ya san­i­taria, sino social.

En el lado opuesto de la figu­ra del burgués con­fi­na­do, en capaci­dad de tra­ba­jar a dis­tan­cia o de dis­fru­tar de sus hijos en un entorno espa­cioso y agrad­able, están las per­sonas que tra­ba­jan en ofic­i­nas de corre­os o en almacenes, las cuidado­ras infan­tiles, los repar­tidores, los bar­ren­deros, las señoras de la limpieza, las asis­ten­tas a domi­cilio, etc., todas ellas denun­cian la caren­cia abso­lu­ta de guantes, de máscaras, la posi­bil­i­dad de poder man­ten­er la dis­tan­cia requeri­da, la neg­a­ti­va a esgrim­ir el dere­cho de retracto1, las ame­nazas con respec­to al puesto de tra­ba­jo, las difi­cul­tades para encon­trar a alguien que cuide de sus hijos y poder garan­ti­zar las com­pras para el hog­ar; el stress, la angus­tia y la inqui­etud que les cor­roe son noci­vas para su salud.

Deben obe­de­cer a los requer­im­ien­tos con­tra­dic­to­rios del gob­ier­no, el que dice “al mis­mo tiem­po”, “vayan a tra­ba­jar, pero no sal­gan porque ponen en peli­gro a los demás”, sin pro­por­cionarles unas medi­das mínimas de protección. Cómo no com­pren­der los gestos de rec­ha­zo hacia una exten­sa campaña de obe­di­en­cia en nom­bre de la sol­i­dari­dad, mien­tras se crim­i­nal­iza a quienes tratan de ayu­dar a emi­grantes, refu­giadxs, tra­ba­jadorxs del sexo, per­sonas sin hog­ar, o víctimas de la vio­len­cia poli­cial, colec­tivos que los ser­vi­cios públicos vienen ata­can­do y des­man­te­lando des­de hace décadas.

La definición de racis­mo ade­lan­ta­da por Ruth Wil­son Gilmore, la producción y la explotación de una vul­ner­a­bil­i­dad difer­en­ci­a­da con respec­to a una muerte pre­matu­ra2 (san­ciona­da por el Esta­do o por las leyes) es aquí rev­e­lado­ra; la muerte pre­matu­ra, es la vida dis­minui­da o acor­ta­da por las inter­sec­ciones entre clase, racialización y género. Con moti­vo de la movilización con­tra la refor­ma de las pen­siones, var­ios estu­dios han mostra­do una vul­ner­a­bil­i­dad difer­en­ci­a­da entre tra­ba­jadores de sec­tores diver­sos y de nive­les jerárquicos desiguales (la esper­an­za de vida de los basureros o tra­ba­jadores del alcan­tar­il­la­do es neta­mente infe­ri­or por ejem­p­lo a la de los cuadros supe­ri­ores); señalaremos además que la mayoría de las veces el cam­po de estu­dio se cen­tra en el ente mas­culi­no blan­co y que no encon­tramos ningún análisis sobre vul­ner­a­bil­i­dades difer­en­ci­adas ante una muerte pre­matu­ra que reúnan clase, racionalización y género.

Esta vul­ner­a­bil­i­dad difer­en­ci­a­da – en términos de clase, for­mas de racialización, género– ante una muerte pre­matu­ra es una con­stante del cap­i­tal­is­mo racial y en caso de pan­demia, acentúa la letal­i­dad del virus. El fem­i­nis­mo europeo, que se focal­iza en el tra­ba­jo doméstico, ha omi­ti­do el hecho de que el fac­tor de clase y racionalización traspasen el cam­po de reproducción social y con ello, ha con­tribui­do a la invis­i­bil­i­dad del tra­ba­jo oper­a­do por mujeres de clases pop­u­lares, a menudo racial­izadas; este fue el pre­cio del con­fort de las fem­i­nistas burguesas.

Pero, me dirán, el “des­cubrim­ien­to” por parte de peri­odis­tas, de respon­s­ables políticos y uni­ver­si­tar­ios de dicha invis­i­bil­i­dad y de la explotación que la mis­ma entraña, ¿no indicará

1 Dere­cho de retrac­to: El dere­cho lab­o­ral francés con­tem­pla el “dere­cho de retrac­to” del asalari­a­do cuan­do un tra­ba­jo pre­sente un peli­gro grave e inmi­nente hacia su vida y su salud.
una toma de con­cien­cia? Su “heroísmo” es célebre y es de destacar la fac­eta indis­pens­able de su labor. El vocab­u­lario del heroísmo los con­vierte en real­i­dad en sol­da­dos que se sac­ri­f­i­can por la nación, mien­tras que su suerte se remite a la organización estruc­tur­al de la sociedad cap­i­tal­ista patri­ar­cal. Opon­erse a su explotación sig­nifi­ca en pocas pal­abras exi­gir una pro­fun­da transformación, que no depende ya de la organización de los cuida­dos o de la protección de las ganan­cias y del “orden mundi­al”. Para empezar esto significaría apo­yar las luchas de las mujeres pre­carizadas, que, por ejem­p­lo, cen­tenares de miles de per­sonas exigiésemos a Accor, una de las may­ores empre­sas hostel­eras del mun­do, el respeto a la dig­nidad y al tra­ba­jo de las mujeres de limpieza subcontratadas.

El con­fi­namien­to traza también una fron­tera entre las pobla­ciones que pueden infringir las consignas con toda impunidad y los gru­pos a quienes se cas­ti­ga por hac­er­lo, o por haber omi­ti­do los “cer­ti­fi­ca­dos de desplaza­mien­to excep­cional”. Mien­tras que un millón de bur­gue­ses parisi­nos se trasladaron a sus res­i­den­cias secun­darias, arries­gan­do con­t­a­m­i­nar en su desplaza­mien­to estruc­turas hos­pi­ta­lar­ias menos equipadas que las de París, “videos proce­dentes de Asnières, de Grigny, d’Ivry-sur-Seine, de Vil­leneuve-Saint-Georges, de Tor­cy, de Saint-Denis y otros lugares de Fran­cia, col­ga­dos en Twit­ter, mostra­ban a habi­tantes pre­sun­ta­mente gol­pea­d­os y gasea­d­os, y en un caso con­cre­to, se veía a un policía motor­iza­do gol­pe­an­do a un ciu­dadano. Los videos pare­cen también evi­den­ciar que estxs ciu­dadanxs no oponían ni resisten­cia, ni vio­len­cia ante las fuerzas del orden. En algunos casos, las pal­abras pro­feri­das por las fuerzas poli­ciales tenían un carácter xenófobo o homófobo”. (Sindi­ca­to de los abo­ga­dos de Fran­cia, 27 de mar­zo de 2020).

La protección no es la mis­ma para todxs: ni en una sociedad deter­mi­na­da ni a escala plan­e­taria. Las difer­en­cias entre quienes pueden per­manecer con­fi­nadxs, ya que esta cir­cun­stan­cia no ame­naza de lleno sus condi­ciones de vida, y lxs que no pueden permitírselo o están oblig­adxs a expon­erse al virus, son mucho más numerosas en el Sur, y entre el Norte y el Sur. Los depar­ta­men­tos y regiones denom­i­na­dos “de ultra­mar” son el “sur” de Fran­cia y ni el gob­ier­no ni los medios de comunicación alu­den a su paradero. En el Sur glob­al, los pro­gra­mas de aus­teri­dad impuestos por el Ban­co Mundi­al y el FMI durante los años 70, han arrasa­do los ser­vi­cios san­i­tar­ios y las políticas de los gob­ier­nos locales han acen­tu­a­do las con­se­cuen­cias de dichos programas.

Estas estruc­turas de poder asimétricas mantienen la ilusión de zonas de con­fort en el Norte, con­stru­idas a base de explotación, extracción y desposesión. Algo que la pan­demia en cier­to modo saca a relu­cir, son estas asimetrías – vio­len­tas, mortíferas, destruc­toras –, pero la vis­i­bil­i­dad no es más que un eslabón en de la lucha por cam­biar las estruc­turas. El con­fi­namien­to refle­ja las condi­ciones que la posi­bil­i­tan: el tra­ba­jo invis­i­ble y explota­do, racial­iza­do y de género (las difer­en­cias de género se pro­ducen evi­den­te­mente al inte­ri­or de un género – todas las mujeres no son iguales y todos los hom­bres no son iguales).

Pone también al des­cu­bier­to los obje­tivos de los poderes: sal­var el cap­i­tal­is­mo, aumen­tar la vig­i­lan­cia, cas­ti­gar a las clases pop­u­lares y racial­izadas. Todos estos ele­men­tos – vio­len­cia de Esta­do, privatización de la salud, poder de Big Phar­ma, incre­men­to de las técnicas de vig­i­lan­cia y de con­trol, con­fi­namien­to que para definir sus condi­ciones se amol­da a la figu­ra del hom­bre burgués que goza de bue­na salud, medi­das para preser­var la “nación”, la economía cap­i­tal­ista, het­eropa­tri­ar­cal, asimetrías Norte/Sur — se deben recopi­lar para un análisis de los retos pre­sentes y futur­os. Las declara­ciones acer­ca de una cri­sis “deter­mi­nante” del cap­i­tal­is­mo hacen caso omiso al hecho de que el cap­i­tal­is­mo no es más que una sucesión de cri­sis, y que, al bor­de del abis­mo, poco impor­tan las vidas humanas, medioam­bi­en­tales, sociales y económicas, sus par­ti­sanos encuen­tran nuevas tecnologías para vig­i­lar y castigar.

Solo la lucha pon­drá fin a las políticas que los Esta­dos despl­ie­gan como respues­ta a la pan­demia, porque más allá de la urgen­cia médica (con­tener el virus), las medi­das de con­fi­namien­to tales como la de man­ten­er la producción, arries­gan­do tan­to ayer como hoy la salud de quienes la sostienen, nos aler­tan sobre lo que sigue sien­do pri­mor­dial para el poder: “cam­biar todo para que nada cambie”.

Por el con­trario, alter­ar el orden nat­ur­al de las cosas impli­ca man­ten­er unidos una serie de fac­tores que ten­emos ten­den­cia a sep­a­rar y supone también prestar una atención con­stante a la con­comi­tan­cia entre la proliferación de enfer­medades con­ta­giosas, la explotación de la tier­ra, el agro busi­ness, la privatización de la investigación, las mono­cul­turas de ani­males para el con­sumo, la hiperproducción, el extrac­tivis­mo, el hiper­con­sumo, el patri­ar­ca­do, el pro­ce­so de racialización, el género, el cap­i­tal­is­mo y el imperialismo.

Françoise Vergès

 


Traducido pour Maite
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