No hay dolor más bru­tal que el recuer­do de la feli­ci­dad que nun­ca más vas a experimentar…”


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En Siria están murien­do sol­da­dos tur­cos con­tin­u­a­mente y en cada ocasión, la población tur­ca dirige su rabia hacia los refu­gia­dos sirios pobres que han hui­do de la guer­ra, en vez de cues­tionar qué dia­b­los hace su ejérci­to allá.

De este modo juz­gan, medi­ante cál­cu­los oscuros, no ya la políti­ca estatal, que avi­va la guer­ra en otro país, ni los hipócritas hom­bres y mujeres del elen­co políti­co, supuestos “opos­i­tores” que fir­man declara­ciones de guer­ra. No, ellos se ceban en las gentes deses­per­adas que han per­di­do sus hog­a­res. En vez de decir “que no muera nadie” vocif­er­an desver­gon­za­dos, sin com­pasión, “por qué son nue­stros sol­da­dos los que fal­l­e­cen, que se muer­an ellos”.

Tal y como acla­maron tras la vio­lación de un bebé sirio de 9 meses cuya famil­ia tra­ba­ja­ba en una gran­ja para poder com­er, tal y como acla­maron tras la trág­i­ca muerte de Amir Hat­tab, que se quitó la vida arro­ján­dose a las cloa­cas; tal y como acla­maron, con el corazón de piedra de quienes jamás han acari­ci­a­do la cabeza de un per­ro, ni han leí­do poesía, ni han juga­do con niños: “haberse queda­do en su país y luchar”

No sé con qué adje­ti­vo puedo cal­i­ficar lo que expre­san esas fras­es, frente a esa vida con­sum­i­da en un alcan­tar­il­la­do, la mis­er­able exis­ten­cia de una per­sona que por no quer­er matar, ni morir, se topó con un infier­no peor que la muerte, en un país que parecía abrir­le los bra­zos, pero en real­i­dad es uno de los insti­gadores de la guer­ra en su patria; qué decir ante la vio­lación de una des­dicha­da de 9 meses de vida.

No tran­scurre un solo día sin que nos cruce­mos con esta frase, un ver­dadero sup­li­cio para la con­cien­cia: “De Siria nos lle­gan los cuer­pos de los már­tires y los sirios regre­san a su país en vaca­ciones para las fes­tivi­dades. Que Dios los maldiga”. ¿Pero por qué debería malde­cir Dios a esta gente? ¿Son ellos los que han declar­a­do la guer­ra? ¿A quién le gus­taría dejar su país, su casa, perder a sus seres queri­dos y vivir exil­i­a­do en el extran­jero? ¿Aca­so está todo el mun­do oblig­a­do a matar o morir en guer­ras inmundas que no ha deci­di­do? ¿Deberían ser todos tira­nos o belicis­tas al pun­to de suprim­ir vidas, en nom­bre de la ambi­ción de poder de unos pocos? ¿Resul­ta que tu hijo es valioso pero los suyos basura? ¿Son ellos los respon­s­ables de lo que está suce­di­en­do? ¿Te desalien­tas por haber per­di­do una agu­ja y ellos, que lo han per­di­do todo? Sin casa, sin refu­gio, rodea­d­os de per­sonas que los odi­an, han caí­do en medio de la mis­e­ria, y lo que es peor, en la desesperación…¿Por qué te ofende que dos veces al año vis­iten a los pocos famil­iares aún en vida?

Tal y como decían los indios de Améri­ca, pueb­los históri­cos, “no es la tier­ra la que pertenece al ser humano, es el ser humano el que pertenece a la tier­ra”. En este mun­do efímero solo somos vis­i­tantes de pocos días que lle­gan y se van, hacia tier­ras natales aleato­rias. ¿Quién te crees que eres para echar a alguien, de qué tier­ras? ¿Te crees Dios?

¿Te crees que todos los sirios que están aho­ra en tu país son pudi­entes o títeres del poder? En tal caso, ¿quiénes son entonces los miles que vemos cada día, esos niños y adul­tos andra­josos, mendi­gan­do, reco­gien­do pan en las basur­as? ¿Quiénes son los desam­para­dos que hacéis tra­ba­jar, mien­tras son­reís dichosos, en vues­tras empre­sas de segun­do orden, por un cuar­to de suel­do, sin seguri­dad social, cuan­do veis sus frágiles cuer­pos recosta­dos al bor­de del rio, escupís vue­stro odio en sus rostros?

¿Quién es Ala Hen­nuş? ¿Quién es Amir Hattap?

Yo sé quiénes son. Si quieres te lo puedo recor­dar con los artícu­los que escribí, con lágri­mas en los ojos, cuan­do me enteré de su muerte por los diar­ios. Puede que que­den algu­nas miga­jas de humanidad en ti, que sien­tas cier­to remordimien­to por cada maldición pro­fana­da con­tra esa pobre gente.

* * *

Eran dos jóvenes refu­gia­dos sirios. Huyeron de la sucia guer­ra provo­ca­da en su país por quienes elu­den la con­tien­da y jamás enviarán a sus hijos al cam­po de batal­la. Ellos se refu­gia­ron en Turquía, el país de los ansârs [en el islam, los com­pañeros del pro­fe­ta] y allí han per­di­do la vida.

Se dice que “una per­sona muere para siem­pre cuan­do el últi­mo ser que la recuer­da fal­l­ece”. Queri­dos Ala Hen­nu y Amir Hat­tab, prome­to recor­daros, mien­tras per­manez­ca en vida y os garan­ti­zo que voy a hac­er lo que esté en mis manos para impedir vues­tra desapari­ción. Y has­ta mi últi­mo alien­to, con­tin­uaré escu­pi­en­do a la cara de quien se rego­ci­je de vues­tra pre­matu­ra par­ti­da y de ese modo con­seguiré que ellos tam­poco puedan olvi­darse de vosotros.

Ala Hennuş • El precio de la muerte, 80 céntimos

28 de agos­to de 2019

ala hanus syriensEra una jor­na­da ordi­nar­ia en Antalya. El calor alcan­z­a­ba los 40°. Las playas esta­ban abar­ro­tadas de tur­cos blan­cos, orgul­losos, tostán­dose al sol, felices de com­pro­bar que por fin habían saca­do a los sucios sirios del litoral.

Como todos los días, la aveni­da del mer­ca­do tam­bién esta­ba llena de sirios que durante horas, esper­a­ban al sol que les ofre­ciesen un tra­ba­jo por cua­tro perras.

Un hom­bre se les acer­có… Dijo que tenía sacos de hari­na delante de su panadería, que había que lle­var­las al almacén. Paga­ba 80 cén­ti­mos de liras tur­cas por cada saco [0,12€]. Tal vez encendiera en ese momen­to un pit­il­lo de su paque­te de Marl­boro rojo, 1700€ cén­ti­mos… [2,45€]. Un saco de hari­na pesa 50 kg. El pre­cio de un pan de 200gr es de 150 cén­ti­mos [0,22€].

Aquel día, entre los sirios “dis­puesto a cualquier tra­ba­jo” se hal­la­ba Ala Hen­nuş, joven de 23 años. Prác­ti­ca­mente aplas­tán­dose los unos a los otros, se echaron enci­ma del hom­bre que pro­ponía 80 cén­ti­mos por cada saco de 50 kg. ¡Se dis­puta­ban entre ellos para ser elegi­dos: “¡Cógeme a mí! ¡Cógeme a mí!”. Los elegi­dos fueron Ala y otro sirio.

Ala y su com­pañero subieron al coche val­o­rado en mil­lones de cén­ti­mos del panadero y se dirigieron hacia su nego­cio. Su corazón latía con una ale­gría amar­ga, ya que había encon­tra­do un tra­ba­jo que le per­mi­tiría poder com­prar pan, para ello ten­dría que car­gar con dos sacos. De todos mod­os, en la choza en la que vivían, su famil­ia, una dece­na de per­sonas, estaría esperan­do al pan. Sigu­ien­do ese cál­cu­lo, cada uno ten­dría que car­gar con al menos veinte sacos, eso le per­mi­tiría a Ala com­prar un pan para cada miem­bro de su famil­ia. Una tonela­da. No es una metá­fo­ra, se tra­ta real­mente de una tonela­da. A medi­da que avan­z­a­ban en el coche se pre­gunt­a­ban inqui­etos, “¿Habría real­mente 40 sacos para car­gar”

Por fin lle­garon a des­ti­no. Emprendieron la tarea que les iba a per­mi­tir ganar dinero para el pan, car­gan­do 2 sacos de 50kg que con­tenían hari­na para fab­ricar 250 cada uno. ¡A cam­bio de car­gar con hari­na para elab­o­rar 500 panes, ellos con­seguían 1 pan!

Mien­tras los jóvenes sirios acar­rea­ban sudorosos los sacos de hari­na, el panadero en el café, con sus ami­gos de rum­my, frotán­dose las manos, sor­bia un té de 200 cén­ti­mos. Son­reía feliz porque solo ten­dría que pagar­les unos pocos cén­ti­mos. Era per­fec­ta­mente con­sciente de la real­i­dad. Para que una per­sona acep­tase tra­ba­jar acar­re­an­do una tonela­da de peso a cam­bio del val­or de 10 panes, era más que prob­a­ble que estu­viese ham­bri­en­to. Sin embar­go, a nadie le pre­ocu­pa­ba ese dato.

Los jóvenes sirios baja­ban al almacén, lle­van­do al hom­bro los sacos de 50 kilos, después volvían a subir. El calor del fuego se añadía al de Antalya, 40°. El corazón se agita­ba como un fuelle.

¿Tenían ham­bre? Segu­ra­mente. ¿Cuer­po y alma se hacían añi­cos bajo los sacos? Sin duda. ¿Esos cuer­pos latien­do bajo el peso de la car­ga, esta­ban reple­tos de sufrim­ien­to? Seguro.

¿Qué pen­só Ala durante aque­l­los últi­mos segun­dos, antes de caer desplo­ma­do, ya que su cuer­po no soportó el peso y la tris­teza que trans­porta­ba? Nun­ca lo sabremos.

En qué pen­só durante su últi­mo alien­to, cuan­do la muerte hizo estal­lar el corazón que ardía jun­to a los recuerdos…desconocemos si era con­sciente de que no iba a sobre­vivir. Pen­saría en los estal­li­dos de risa, en el inter­cam­bio de bro­mas entre ami­gos, en el ambi­ente del come­dor de la uni­ver­si­dad en la que estu­di­a­ba, antes de que su país se sum­iese en una sucia guer­ra, obser­van­do el futuro con esper­an­za, él que soña­ba con ser un día vet­eri­nario, o pro­fe­sor. Pen­só tal vez en una novia que habría deja­do allá, viva o muer­ta. En sus padres ham­bri­en­tos, en su com­pañera, en sus hijos ham­bri­en­tos, que esper­a­ban en casa, diez panes a cam­bio de car­gar una tonela­da. Pen­só tal vez en su per­ro queri­do, despedaza­do por una bom­ba en Siria. O en la alba­ha­ca que había plan­ta­do para que per­fumase el tugu­rio donde vivía en exilio. Nun­ca lo podremos saber.

Lo úni­co que sabe­mos es lo que dicen miles de fascis­tas, que no valen ni tres cén­ti­mos, cuan­do se rego­ci­jan de su muerte, tal y como sucedió con Amir Hat­tab, que abrió la trampil­la del alcan­tar­il­la­do y se arro­jó aden­tro para matarse: “bien hecho, que revienten!”

Lo úni­co que sabe­mos es que cuan­do Ala emi­tió su últi­mo sus­piro bajo el peso de un saco de 50 kg a cam­bio de 80 cén­ti­mos, la humanidad de este país tam­bién emi­tió su últi­mo suspiro.

La cor­ta y triste vida de Ala Hen­nuş, que sufrió todo tipo de humil­la­ciones y de explotación, acabó bajo el peso de un saco de hari­na de 50 kilos, a cam­bio de 80 cén­ti­mos, en un país de “pro­fe­tas” supues­ta­mente, en el que se refugió uti­lizan­do un dere­cho fun­da­men­tal, el del rec­ha­zo a morir y a matar, en una sucia guer­ra declar­a­da por aque­l­los que jamás enviarán a sus pro­pios hijos a la contienda.

En este país de pro­fe­tas el pan cues­ta 150 céntimos.

El pre­cio de la muerte es de 80 céntimos.

El de a humanidad…cero.

Rabia Mine

Amir Hattab • La muerte es una fosa séptica

31 de mar­zo de 2016

amir hattab syriensCam­i­nas por la calle. De repente, te paras, abres la trampil­la del acan­tar­il­la­do y te arro­jas aden­tro. Te suicidas.

Amir Hat­tab, 36 años, huyó de la guer­ra de Siria hace tres años jun­to con su com­pañera e hijos. Vino a Estam­bul, y aunque tra­ba­ja­ba de obrero en un taller de cos­tu­ra, no podía ver a su famil­ia, acabó sui­cidán­dose en Esen­ler. Me acabo de enterar.

Sufres tan­to que pre­fieres morir, ahoga­do en una fosa de excre­men­tos proce­dentes de miles de demo­ni­os de esta ciu­dad infernal.

No te arro­jas bajo un coche que pasa a tu lado. No bus­cas una cuer­da para col­gar tu cuer­po. No ingieres píl­do­ras de un fras­co de medica­men­tos. No te cor­tas las venas. No te arro­jas a la car­retera des­de el alto de un via­duc­to, ni te lan­zas al mar des­de el puente del Bósforo.

Mira que tienes dece­nas de man­eras para matarte y te ahogas en una cloaca.

¡Una cloa­ca!

¡Una cloa­ca llena de inmundi­cias de gente que te hace sufrir cruelmente!

A lo largo de mi vida me han noti­fi­ca­do muchos sui­cidios, pero ninguno me ha sacu­d­i­do tanto.

En este país, des­de hace un tiem­po, el vagabun­do lle­va un nue­vo ros­tro, es la ima­gen de padres y niños, de una famil­ia siria mendigando…Cada vez que con­tem­p­lo esa fotografía, la figu­ra del padre me inspi­ra más pena que la de la madre y los niños. Estos todavía con­siguen mirarnos a los ojos. El padre sin embar­go está siem­pre cabizba­jo, avergonzado…No poder ali­men­tar a su famil­ia, ten­er que mendi­gar jun­to a ella… ¿Con qué pal­abras describir el alma abru­ma­da? Cada vez que veo un padre así no me lo puedo quitar de la cabeza.

¡Amir Hat­tab!

Puede que en su vida siria Amir Hat­tab fuese un padre car­iñoso que regresa­ba cada noche con las manos llenas, que juga­ba con sus hijos, les acari­cia­ba el cabel­lo, que adora­ba a su com­pañera. Puede que fuese un hom­bre que hacía feliz a su entorno, Amir Hattab.

No hay dolor más bru­tal que el recuer­do de la feli­ci­dad que nun­ca más vas a experimentar…”

Amir Hat­tab no pudo sal­var su feli­ci­dad, ni pro­te­ger a su famil­ia, se con­sid­eró dig­no de morir ahoga­do en una cloa­ca. Un hom­bre que pagó la fac­tura por crímenes hor­ren­dos, vergüen­zas, peca­dos que no eran respon­s­abil­i­dad suya. La susodicha humanidad debería escar­men­tarse ante la infamia de esa fosa sép­ti­ca. Pero nadie apren­derá la lección.

Cam­i­nas por la calle. De repente, te paras, abres la tapa de una alcan­tar­il­la y te arro­jas aden­tro. Te suicidas.

Des­de tu desapari­ción Amir, no nos que­da más que muerte y llan­to. Lloro. Te juro que encon­traré tu tum­ba y deposi­taré en ella flo­res de excep­cional fra­gan­cia. Lavaré tu alma y tu des­ti­no con agua de rosas. Haré que en tu funer­al no huela a cloaca.

Tu her­mana, Rabia Mine

Vivi­mos un peri­o­do tene­broso, el fas­cis­mo y el racis­mo se están adueñan­do del mun­do. A par­tir de aho­ra todo el mun­do es un refu­gia­do en potencia.

¿Quién te garan­ti­za que no te con­ver­tirás un día de estos en el sirio de otro país? ¿Quién te puede ase­gu­rar que, en un momen­to de deses­peración, sum­i­do en un sufrim­ien­to inso­portable no te vayas a arro­jar en el primer alcan­tar­il­la­do que encuen­tres en tu camino, para pere­cer en él?

¡Nadie!

No olvides a Ali Hen­nuş y Amir Hat­tab. Eran refu­gia­dos en tu país. Los mató la igno­minia, que pien­sa que “las tier­ras pertenecen al ser humano” y no lo opuesto. Si hay jus­ti­cia en el mun­do “el prin­ci­pio acti­vo no es la maldición del tira­no sino la cul­pa del oprimido”.

Os acon­se­jo que alcéis vues­tras manos ensan­grentadas al cielo, no ya para malde­cir a los oprim­i­dos, sino en mues­tra de arrepentimiento.

Si existe un dios, os verá. Y si tal y como decís, es jus­to, estará arro­jan­do leña en el fuego del infierno.

¡Que llue­van sobre vues­tras cabezas piedras grandes como el alma se los sirios!

Rabia Mine


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rabia mine portrait

Rabia Mine
Escritora y poeta, activista por los derechos humanos. Autora del volumen de poesía “Külden” (Las cenizas) publicado en turco en 2014.
Ha cursado estudios de derecho en la Universidad de Estambul y de cine y televisión en la Universidad de Mimar Sinan. Ha trabajado como responsable de producción en el cine, como redactora y editora independiente.

Traducido por Maite
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