Finales de Abril, nubes grises se agolpan por encima de las arterias polvorientas de Manbidj. La animación está de regreso desde que las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS) liberaran la urbe en Agosto de 2016.
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En uno de los grandes bulevares de la ciudad, una única pancarta en árabe, kurdo, turkmeno y circasiano nos señala el local de la Asamblea de Mujeres, cuya entrada está resguardada por bloques de cemento y la presencia de hombres de seguridad armados.
“Los primeros tiempos fueron difíciles, hubo que seguir el rastro dejado por las organizaciones que nos precedieron”, nos explica en árabe Mahera, treintañera, de rostro firme, rodeada de una docena de mujeres de todas las edades y de orígenes diversos. “Cuando la ciudad fue liberada la populación comenzó a ver de buenos ojos a las FDS. De manera que los camaradas hicieron una campaña de puerta a puerta y propusieron a los responsables de todas las comunidades que se asociaran para administrar la ciudad. Los kurdos, árabes, turkmenos y circasianos nos hemos unido y compartimos la misma esperanza de democracia y libertad. Las FSD nos convencieron de que nuestra alianza era necesaria. Comprendimos que sus formas eran democráticas, sin discriminaciones. Ahora creemos seriamente en este sistema”.
Tras liberar Manbidj, las FDS tuvieron que hacer frente al reto de reunir en torno al proyecto político de la Federación Democrática de Norte de Siria (FDNS)1a los habitantes de este mosaico étnico y lingüístico, compuesto por cerca de 70% de árabes, 20% de kurdos, 5% de turkmenos y un pequeño grupo de circasianos, que durante decenas de años permanecieron divididos a causa de las políticas tribales y conservadoras aupadas por el régimen sirio y exacerbadas durante los 3 años en los que Manbidj fue bastión del EI.
“Aquí es difícil conseguir que las cosas cambien. Afanarse en ello es todo un desafío, es muy emocionante” nos revela con la mirada pizpireta Nergiz Ismayil, la enérgica responsable de la Academia de Mujeres de Manbidj desde su creación hace ahora un año y tres meses. En las zonas controladas por la administración autónoma de FNDS, representada aquí por el Consejo Civil de Manbidj, las Academias son lugares de formación política. Las consagradas a las mujeres trascienden esta tarea, tal y como nos explica Nergiz:
“El soporte principal para la autodefensa de las mujeres es la educación. Organizamos diversas actividades, cursos, charlas acerca de la mujer, los niños, la familia y la historia, entre otras. Antes se mantenía a las mujeres en la ignorancia. Eran educadas según el ideario de la mentalidad patriarcal. Reproducían en sus hijos y en su entorno la violencia que habían sufrido en sus propias carnes. Es esta la mentalidad que debemos cambiar. Las mujeres deben reconstruir su propia identidad, la emancipación no consiste en ser como los hombres, ya que ni tan siquiera ellos son libres. Por lo tanto debemos liberar a las mujeres y a los hombres”.
De momento un edificio discreto de la periferia de Manbidj alberga la Academia. No todos aceptan que las mujeres dispongan de un local de reunión propio. “No ha habido una queja oficial, los hombres molestos con este tema no se atreven a mostrarlo públicamente. Algunos aparentan aceptar el nuevo sistema, participan incluso en la administración del mismo, pero dentro del hogar siguen pegando a la mujer. Existe un problema de fondo en las mentalidades. Siempre se ha considerado a las mujeres como un objeto y los hombres que las perciben como tal no pueden aceptar la igualdad de género. Aunque la violencia no se manifiesta en pleno día como en la época de Daesh, la violencia verbal y psicológica sigue presente. Pero comprendemos a esos hombres y que la raíz está en la educación que han recibido. No pretendemos rebajarles, queremos darles una educación y contribuir a que adquieran confianza en sí mismas”.
Tras este preámbulo Nergiz nos invita a pasar. En principio la Academia de mujeres es un lugar no mixto. Pero la responsable se trae algo entre manos. Con la sonrisa en los labios nos dice: “para algunas de estas mujeres estar en una estancia con un hombre desconocido implica ya un gran cambio. Hacerles preguntas, mostrar que nos interesamos en ellas es importante, les valoriza. Es también el germen de una revolución. Guiar a las mujeres árabes, turkmenas, circasianas hacia la Academia ha sido una tarea difícil teniendo en cuenta hasta qué punto están arraigados en esta cultura el patriarcado y las violencias domésticas. A un hombre que no pega a su mujer se le considera un débil. Hablamos mucho con las mujeres de cada grupo. Y no pretendemos imponer nuestros puntos de vista a la fuerza. Si una mujer nos dice que el hombre es superior a la mujer, no le contradecimos, pero le invitamos a nuestras actividades, con la esperanza de que cambie de opinión por sí sola – cosa que sucede con frecuencia”.
En el interior una veintena de mujeres de todas las edades permanecen sentadas en las banquetas de una pequeña aula, iluminada por la difusa claridad que dejan traspasar las ventanas ocultas por las cortinas. Frente a ellas, tras el pupitre cerca de una pizarra cubierta de frases en árabe, se encuentra una joven mujer dando clase, como descubriremos más tarde pertenece al movimiento juvenil. En la pared están presentas las fotos de los combatientes oriundos de Manbidj caídos mártires durante la lucha contra el EI, así como posters de figuras de diversos orígenes, importantes para el movimiento de mujeres. En el centro, el rostro de Abdullah Öcalan. “Un pueblo no puede alcanzar la libertad si sus mujeres no son libres” declaró el líder del PKK que ha hecho de la liberación de la mujer el núcleo central de la teoría política de la Nación Democrática. Más tarde el movimiento de mujeres ha desarrollado el concepto de la Jineología, literalmente “ciencia de las mujeres” con el objetivo de pormenorizar la teoría y los principios.
Tomamos asiento. Nergiz explica a las asistentes el motivo de mi presencia. Da inicio un diálogo que se prolongará durante más de una hora. Por turnos las mujeres que desean intervenir se levantan y toman la palabra. Si bien al principio son pocas las que se atreven, a medida que van transcurriendo los minutos participan prácticamente todas, de manera espontánea. En cada ocasión Nergiz añade algunos elementos a propósito de la trayectoria personal que cada una.
Thawra, cuyo nombre significa “revolución” en árabe, tiene entre 20 y 30 años y es la primera en intervenir. Esta joven ha realizado estudios de teología y ha vivido bajo la ocupación de Daesh.
“Antes yo desconocía todo acerca de las mujeres, no me conocía ni a mí misma. Me consideraban un objeto. No podía expresarme en público. Aunque había cursado estudios estando aquí me di cuenta del grado de mi ignorancia, no sabía qué papel interpretar en la sociedad. Nosotras no comprendíamos que éramos seres humanos y no máquinas para fabricar bebés. Comprendí estando aquí que yo tenía una baza que jugar en la sociedad. En este lugar se reúnen mujeres de horizontes diversos y hablan unas con otras, aprenden unas con otras. Me han gustado mucho estos talleres, ahora quisiera que pudiésemos organizarlos en otros lugares, sobre todo en las zonas rurales”.
Zemzem de 24 años, añade: “Provengo de un pueblo. Me habían enseñado que los campesinos eran ignorantes, que solamente los citadinos tenían una educación”. Una mujer cercana a los cincuenta, puntualiza: “Antes creía que las mujeres instruidas y las analfabetas no podían estar juntas. Pero he comprendido que es posible. Ahora entiendo que mujeres de horizontes diferentes pueden trabajar juntas”.
“A mí me gustaría subrayar” nos dice Suzanne, veinteañera, “que yo estudié en el antiguo sistema estatal, que era muy conservador. Y no se permitía cuestionar la enseñanza”. Una mujer de unos cuarenta años ha acudido acompañada de una de sus hijas. “Con lo que he aprendido aquí de ahora en adelante voy a poder criar mejor a mis hijos, cambiar su educación”.
Fatma, de 17 años, es la copresidenta de la comuna2de su pueblo y se encarga de la cuestión de las violencias sexistas. Nos cuenta, un poco intimidada. “Antes de venir aquí yo no sabía gran cosa sobre las mujeres. Oí hablar de la academia y de la compañera Nergiz y decidí venir a conocerla. Cuando llegué aquí y vi juntas a todas estas mujeres de diferentes horizontes, me llevé una sorpresa agradable. Resulta muy difícil participar en estas clases. Si lo haces eres víctima de la presión social. Yo tenía una ventaja, que mi padre conocía el movimiento, así que resultó más fácil. Cuando las FDS nos liberaron en 2016 comenzó a aprender su ideología, con admiración. Cuando vine aquí me traje a otras cuatro mujeres. Desde entonces en el pueblo c bruja. Cuando me convertí en copresidenta de la comuna la presión social era tal que pensé incluso en el suicidio. Recibí amenazas de muerte de parte de mercenarios que trabajaban con el ejército turco. Pero quiero enseñar a las chicas de mi edad que lo podemos conseguir”.
En las zonas rurales de la región de Manbidj la influencia tribal es más importante que en los núcleos urbanos.
La formación en la Academia dura 20 días, la última jornada está dedicada a una rápida instrucción militar. Una vez acabado el curso, la mayoría de las mujeres ambicionan difundir en su entorno lo que han aprendido. Como Shadia: “Soy profesora y trabajo en los archivos. Cuando acabe la formación pienso transmitir a las mujeres que trabajan conmigo las tres cosas que he aprendido aquí: la ética, la moral; el espíritu de camaradería; la humildad”.
Estas mujeres no están dispuestas a prescindir de la libertad que han obtenido. “Lo que he comprendido aquí es que las mujeres tienen un poder real. El sistema nos ha oprimido, pero ahora podemos cambiar las cosas” afirma una mujer de unos treinta años de edad.
Pero se trata de un combate arduo y cotidiano. Malek es copresidente de una comuna: “Vengo de un pueblo muy conservador, para mí estar aquí supone un acto revolucionario, es muy duro. Mi marido me pega todos los días, me golpea en la cara porque trabajo en una comuna, porque participo en la revolución. Quiero que lo sepáis. La revolución es difícil”.
Cuando se trata de violencia sexual las víctimas encuentran apoyo en la casa de las mujeres (Mala Jîn), una organización que lucha contra la violencia familiar y conyugal y defiende los derechos de las mujeres.
Shilan la responsable, explica: “Nuestra tarea aquí consiste en resolver las dificultades de las mujeres. Se trata principalmente de problemas familiares y conyugales. Antes por ejemplo los hombres podían tener hasta cuatro mujeres, lo cual es fuente de conflictos. Otro tema controvertido es la custodia de los niños. Hasta los 15 años corresponde a la madre, pero después pasa al padre. En fin, hay violencia doméstica. SI una mujer viene diciendo que ha sufrido malos tratos, buscamos pruebas, si es preciso solicitamos un examen médico y luego transmitimos el caso a la justicia. No intervenimos más de tres veces. Si al cabo de tres veces nada ha cambiado, entregamos el expediente al tribunal. Asesoramos a la mujer durante el procedimiento jurídico. Al principio teníamos 150 casos por mes. Pero van disminuyendo progresivamente, este mes solo hemos tenido 80. Nos gustaría realizar más proyectos, abrir otras casas además de las tres que ya existen, pero necesitamos ayuda financiera del exterior”.
En caso de necesidad la casa de las mujeres puede contar con el apoyo del ala femenina de los Asayish, las fuerzas de seguridad interior. Las mujeres Asayish llevan a cabo las mismas tareas que sus homólogos masculinos, pero intervienen particularmente en las cuestiones relacionadas con las mujeres. En la sede de Asayish encontramos a Fatwa, Hanane, Fadia y Rym. Tienen entre veinte y treinta años, una es kurda, las otras son árabes. Su comandante, una mujer cercana a los cuarenta, exhibe los rasgos marcados de los combatientes que han pasado años en la montaña como guerrilleros del PKK. Al ser solicitada en otro lugar, nos deja hablar a solas con las jóvenes.
“Nos ha tocado atender muchos problemas conyugales, las parejas se pelean principalmente por los hijos. En una ocasión estábamos patrullando cuando una mujer se plantó delante nuestro, llorando porque su marido se había llevado a los niños y ella quería recuperarlos” nos explica Rym.
Fatwa, de voz firme y mirada clara, añade: “Si una mujer tiene problemas conyugales y quiere divorciarse le proponemos dos soluciones. O la enviamos al tribunal para que un juez se haga cargo del expediente o bien la dirigimos a la casa de las mujeres que a su vez organizará el procedimiento junto con el tribunal y los Ayayish. Hace poco tuvimos el caso de una de mis camaradas Asayish que quería divorciarse. Estaba en su casa cuando llegó el marido con la intención de llevarse a los hijos. Quería pegarle. Consiguió contactarme y me dijo que no podía salir porque él quería golpearle. Intervenimos de inmediato. Cuando les trajimos aquí empezó por negarlo, dijo que lo único que quería era que estuviesen todos juntos. Pero su esposa replicó que mentía, que le pegaba y quería obligarle a abandonar nuestra corporación. Volvíamos a las antiguas tradiciones que estipulaban que la esposa debía quedarse en casa y dedicarse exclusivamente a los hijos. Pero nuestra camarada ya había encontrado su lugar en la sociedad, de manera que abandonó al marido y encima se quedó con los hijos”.
Fadia forma parte de la patrulla de carreteras. Duda si expresarse o no, pero acaba por contarnos: “Al principio la gente nos miraba de una manera extraña. Las mujeres Asayish han conseguido que otras ciudadanas sientan deseos de seguir sus pasos, algunas están aquí desde la liberación de la región, yo llevo 10 meses. La mirada de la gente ha cambiado, especialmente la de los clanes. Han empezado a dirigir a sus hijas hacia nosotras, se ha convertido en una especie de orgullo para ellos”.
Hanane añade: “En la actualidad la mujer juega un papel muy importante en la sociedad. Después de haber sufrido mucho durante años, podemos por fin alcanzar nuestro objetivo”. Enlaza con una historia que ha vivido de cerca. “Vivíamos en un pueblo y allí está prohibido que una mujer perteneciese a una organización y menos aún a una fuerza armada. Una amiga mía quería unirse a nosotras pero su familia se oponía. La encerraron en casa. Yo me enteré. Así que intervenimos y ahora ella está con nosotras. También se ha reconciliado con su familia”.
Las jóvenes se han alistado por diversos motivos, no solo por el hecho de contar con una fuente de ingresos.
“El sufrimiento que tuvimos que padecer cuando Daesh controlaba nuestra ciudad me ha transformado” nos cuenta Fatwa, de tinte sombrío. “Es horrible ver cómo lapidan hasta la muerte a una mujer y yo lo he presenciado con mis propios ojos. Todo eso ha hecho que mi corazón se endurezca ante Daesh, ante la injusticia. Cuando tomaron el control de Manbidj comenzaron a llevarse a las niñas. Intentaron comprometerlas con el objetivo de conseguir lo que querían y forzaban a aquellas que se negaban. Por ejemplo un sexagenario se casaba con una chica de 13 o 14 años. Si le asesinaban a él la muchacha se quedaba sola, sin futuro alguno. Este panorama ha motivado nuestro ingreso en las fuerzas armadas”.
Fadia agrega: “Mi madre estuvo prisionera con Daesh y cuando íbamos a verle, nos decían: ¿y si os encerrásemos con ella? Nosotros no podíamos abrir la boca, no respetaban a nadie, decían a los padres: no permitáis que vuestras hijas salgan vestidas con camisetas y vaqueros. Cuando veía en los puestos de control a las mujeres Asayish ataviadas con su uniforme me daban ganas de unirme a ellas. En mi opinión las mujeres pueden trabajar en cualquier ámbito, ya sea la política, el ejército o la prensa”.
Hanane: “Yo pienso que para las mujeres incorporarse a las Asayish es como una realización. Antes decidían los hombres, eran los únicos que trabajaban en la sociedad. Pero ahora con nuestra labor demostramos que las mujeres pueden hacer lo mismo que los hombres, hacerlo mejor incluso. Si estamos aquí es porque amamos a nuestro país”
Rym puntualiza: “Las mujeres eran víctimas de injusticias desde hace mucho tiempo, solo debían cuidar a los hijos, no podían dar su opinión. Si estoy aquí ahora es para combatir esa injusticia”.
Para que su emancipación sea posible, el movimiento de mujeres pone en marcha en todos los territorios controlados por la DFSN estructuras no mixtas dedicadas exclusivamente a ellas, paralelas a las estructuras mixtas de la sociedad y que responden a solicitudes procedentes de diferentes esferas. La Asamblea de Mujeres coordina todos los proyectos de las Asayish, de la Academia y de la casa de mujeres. La Asamblea de Manbidj abrió sus puertas en Marzo de 2017.
“La Asamblea tiene como objetivo ocuparse de las necesidades de las mujeres. Para entrar en contacto con ellas vamos de puerta en puerta” nos cuenta Hevî. “Este ultimo año la principal dificultad de las mujeres ha sido de orden económico”.
Nadie ronda los cincuenta, es turkmena. Nos entendemos en turco, sin necesidad de traductor. Ella resume lo que diferentes mujeres presentes han estado diciendo alternativamente. “Después de Daesh no sabíamos lo que era ser mujer. En la época de Daesh las mujeres no existían. Éramos vistas como un útil reproductor, nada más. Pero al llegar la democracia las mujeres mostraron su existencia. Aquí somos todas iguales. No hay diferencia entre kurdas, turkmenas o árabes. Trabajamos juntas, debatimos juntas, afrontamos juntas los mismos problemas. En la actualidad si una de nosotras tiene dificultades con su marido, con su familia puede afirmar su personalidad, mostrar que existe. Antes las mujeres no conocían sus derechos, ahora sin embargo sí”.
Veinte mujeres de diferentes edades dirigen la asamblea, repartidas en cuatro comités: economía, educación, trabajo social…
“Las comunas están empezando a funcionar, se necesitan mujeres que asuman el cargo de copresidentas. Queremos obtener el mismo resultado que en el cantón de Cizirê. Hay que responder a las necesidades de las mujeres pero trabajar al mismo tiempo para la organización. La Asamblea de mujeres funciona de manera independiente pero ellas contribuyen al progreso del sistema. Por ejemplo, el comité de educación está preparando una visita a los refugiados de Afrin con el objetivo de proponer a las mujeres que participen en las jornadas educativas sobre Jineología” nos explica Hevî.
Fatma: “Llevo trabajando en la comuna desde su creación hace ahora 20 meses. Quiero ayudar a la gente, en particular a las mujeres. Estas personas han padecido el régimen de Assad y después el terrorismo. Todos nos hemos percatado de la diferencia. El sistema en Manbidj es todavía muy tribal. De momento, lo que importa en las comunas es poder llevar a cabo los proyectos”.
La comisión encargada de la economía posee sus propios locales. Se encarga de buscar un empleo a las mujeres de manera que puedan cubrir sus propias necesidades sin tener que depender de sus maridos o familias. Los dos principales sectores de actividad de Manbidj son la agricultura y el comercio.
Son numerosas las que trabajan en la agricultura pero están mal pagadas. Sin embargo son escasas las que se dedican al comercio. “Incluso si estudian negocios, llegan a lo mucho a profesoras” testimonia Ihtissar. La comisión ha abierto un pequeño restaurante gestionado por mujeres que han decidido juntar sus sueldos para poder financiarlo. Tienen en mente montar una fábrica textil. Son muchas las que se prestan voluntarias, sin embargo son pocas las que pueden aportar una ayuda financiera. El movimiento de mujeres se basa en proyectos de cooperativas que permiten desarrollar la actividad económica de las mujeres. En Manbidj, a diferencia de regiones como Cizirê o Kobane, aún no han podido llevar a cabo estos proyectos ya que carecen de medios.
Manbidj es un ejemplo interesante para percibir la expansión del proyecto político resultante del movimiento kurdo en todas las comunidades del norte de Siria. Evidentemente este cambio no se hace sin trabas. Las tribus no ven siempre con buenos ojos su pérdida de influencia y los cambios sociales originados por la administración autónoma, en particular la emancipación de las mujeres. En Enero y Marzo de 2018 tribus de los alrededores de Manbidj organizaron manifestaciones en las que clamaban por el retorno del régimen sirio (algunas etnias eran reservistas antes de la guerra). Varias tienen lazos con grupos pro turcos cuya línea de combate se encuentra a apenas 20 kms de distancia. Varias veces por semana las fuerzas de seguridad sufren ataques. Si bien la sombra de Turquía planea detrás de estas tentativas de desestabilización, los hay que señalan con el dedo al régimen. Turquía sigue amenazando con atacar Manbidj. De momento la coalición entre Francia y Estados Unidos con las FDS ha reforzado su presencia militar y ha disuadido al turbulento socio dentro de la OTAN de ejecutar sus amenazas. Al mismo tiempo tranquilizan a las fuerzas locales en lo que se respecta a la continuidad del Consejo Civil de Manbidj. Pero su apoyo a largo plazo es una incógnita.
Frente a las amenazas, la administración autónoma de Manbidj intenta mostrarse lo más inclusiva posible. En las paredes abundan los retratos de Abou Layla, carismático fundador del Consejo Militar de Manbidj, que fue herido de muerte durante los combates que se produjeron cerca de la ciudad en Junio de 2016. Sin embargo la presencia de Abdullah Öcalan, cuyo retrato es ampliamente difundido en otras zonas, es aquí mucho más discreto, aunque es cierto que hemos podido ver una imagen fotoshopeada que le representa con el atuendo tradicional árabe, regalo de una tribu a la Academia de mujeres.
Lxs mandos procedentes del movimiento kurdo presentes en el territorio son oriundxs de la región y hablan árabe con fluidez. Aunque por ahora ocupan puestos clave, principalmente a escala regional, van desapareciendo poco a poco de los cargos secundarios, cuyas responsabilidades han sido confiadas a locales formadxs previamente. Lo que significa un paso adelante hacia un funcionamiento más democrático que solo podrá realizarse plenamente a largo plazo y en un contexto más apaciguado. La administración intenta darse prisa en sus tentativas en aras de una mejor integración en la población. Podrán contar con el apoyo de las mujeres ya que han sido conquistadas por su proyecto político y que no están dispuestas a prescindir de las libertades que tanto trabajo les ha costado alcanzar.
“Ahora sé lo que quiero” afirma Nadia. “Cuáles son mis derechos y mis deseos. Mi relación con el mundo. Antes era, “limpias, cocinas, tienes hijos”. Antes yo también me quedaba en casa, cuidaba a los niños, a mi marido, cocinaba. Con la llegada de la democracia todo ha cambiado. Ahora sé que tengo un objetivo”.
Loez
Abril 2018