Artículo de Etienne Copeaux publicado en francés el 12 de diciembre de 2018 en su blog susam-sokak.fr. Traducción de Maite.
Retomamos el hilo de la culpabilidad
Variaciones sobre un tema argentino
La hermosa película de Lucrecia Martel, La mujer sin cabeza, reproduce mediante la narración de un suceso banal el sentimiento de culpabilidad vigente en Argentina tras la impunidad acordada a los militares de la dictadura (1976–1983), culpables de miles de “desapariciones” y sin embargo amnistiados, y en particular por el hecho de haber aislado de la sociedad a su componente autóctono, es decir, el indígena.
¿Acaso no representa esta película la metáfora del sentimiento de culpabilidad colectiva, del “atropello y fuga” de muchas sociedades? He creído oportuno contrastar este filme con la situación de la Turquía post genocidiaria, apoyándome en testimonios extraídos del libro de Yigit Bener, El armenio que llevamos dentro (2015).
> Podéis consultar también el articulo precedente: “A vueltas con la culpabilidad: Freud, Romain Rolland” (en francés).
Lucrecia Martel es una brillante representante de la nueva generación del cine argentino. Sus tres primeras obras, no están comprometidas con las reglas del cine clásico. Tenemos la sensación de no comprender nada, pero luego van cobrando sentido poco a poco, mediante la acumulación de detalles aparentemente insignificantes. Los personajes no son “introducidos” como suele ser habitual, no captamos muy bien su jerarquía dentro del relato, ni su papel, ni la naturaleza de su relación. En las secuencias de grupo todos hablan al mismo tiempo, como si la realizadora hubiese perdido el control de sus actores. Pero en realidad todo está calculado y calibrado al milímetro. Tal y como se escucha en el cortometraje Martel en cabeza: “La cámara de Lucrecia Martel solo sabe describirnos una escena utilizando detalles, primeros planos. (…) La cámara corta, desarticula, decapita y se introduce siempre en escenas en proceso, perfilando un contexto tenue, evitando con sutileza el establishing shot y otras introducciones al uso. Conversaciones que se cruzan o se sobreponen, diálogos de sordos al teléfono. Presta un cuidado paradójico al fracaso de la palabra”. Son las películas que nos gusta ver una y otra vez. (Martel en cabeza, producida por Arte France Développement en 2009, está editada junto con el CD de la película, sin índice ni mención alguna acerca del autor del hermoso documental. Las citas provenientes del citado texto figuran en marrón).
La trama gira en torno a un incidente ordinario. Al comienzo del filme vemos a dos adolescentes de piel morena, cabello negro, divirtiéndose al borde de un canal de riego que bordea una carretera sin asfaltar por la que los coches avanzan a toda velocidad. En ese momento vislumbramos a Verónica (María Onetto), burguesa de edad madura, blanca y rubia, dentro de un coche. Un pequeño despiste y se produce el accidente. No vemos nada, Verónica tampoco, ya que no se gira, no sale del vehículo, se recupera con dificultad y arranca. Sin embargo queda muy perturbada, se somete a varias radiografías en el hospital. Una noche, desorientada, en vez de regresar a casa, busca refugio en un hotel. Y cuando entra en su consultorio dental, se sienta en la sala de espera bajo la mirada desconcertada de sus pacientes. A partir de ese instante se suceden señales inquietantes; los bomberos extraen un cadáver del canal; una madre solloza en un barrio marginal; una floristería constata la ausencia del aprendiz. Tarda varios días en admitir que tal vez haya matado a alguien, pero en ningún momento de la película se establece un nexo explícito entre el choque del accidente y el adolescente ausente.
Su entorno, marido, cuñado, primo/amante se alían sin que ella lo sepa, con el objetivo de borrar todo rastro del accidente; desaparecen las radios de control, su noche de hotel no figura en los registros, se repara el coche abollado. Su marido le repite: “!Te asustaste. Tuviste miedo. Solo has matado a un perro ! Supuestamente reconfortada Verónica se tiñe el pelo de negro: « ¡No tienes miedo de nada!” le dice su amiga.
En el momento del accidente, “Verónica tiene la posibilidad de dar la vuelta, ir a ver lo que sucede, pero no lo hace. De ahora en adelante cada movimiento le conducirá al instante y al lugar del que intenta huir. A partir de ese momento (…) todo, la luz del sol, la música, el viento presagiando tormenta, la esencia del mundo, todo adquiere un cariz insoportable. (…) El desorden cognitivo acaba por desembocar en aquello que supuestamente debería ocultar: el terror. Como si la mirada de Verónica buscase comprobar la presencia de otro elemento sin tener el valor de afirmarlo o como si acabase de chocar contra un tabique invisible. Nuestra hipótesis es que el tabique es en realidad el protagonista de la película. O mejor dicho, la imposibilidad de ver a través del citado tabique”. Verónica representa “la pequeña burguesía blanca oriunda de los colonos venidos a menos. Al otro lado del muro, en la sombra, permanecen los Otros, eternamente presentes, una subclase de espectros, los indígenas”.
“Basta con que un solo miembro del grupo sea alcanzado para que se desate un implacable mecanismo de auto defensa colectiva”. Sin tener conciencia de ello Verónica “ha beneficiado de los servicios de un ejército bondadoso, dispuesto a encarrilarla por la senda correcta, pequeños soldaditos bien posicionados (…) que se han encargado de maquillar las pruebas con un método y una discreción que podría hacer palidecer a todas las policías secretas de la historia. (…) De tal modo que el atropello y fuga de los que la película nos ha convertido en testigos, los de una mujer frente a su víctima, los de una clase ante su responsabilidad social, podría extrapolarse perfectamente al atropello y fuga del conjunto de un país frente a su propia historia”.
Tal y como rememora el cortometraje Martel en cabeza, la propia Argentina sufre de estrés post traumático: “En 1983 cuando acabó la dictadura, la eliminación de numerosas pruebas rindió difícil el trabajo de la Comisión nacional sobre la desaparición de personas. Las leyes de amnistía de 1986 y 1987 evitaron la comparecencia de cerca de 1500 militares y policías acusados de asesinatos, torturas, desapariciones y crímenes contra la humanidad”.
Creo que son evidentes las razones que me llevan a comentar este hermoso film en el marco de un blog consagrado a Turquía. Poco después del genocidio armenio, en 1919, Turquía tuvo que encarar dicho episodio, principalmente debido a la presión ejercida por los ocupantes. Los máximos responsables fueron juzgados en Estambul y condenados a muerte. Unos pocos dignatarios locales fueron ejecutados por decisión de la justicia y los juzgaron únicamente en rebeldía. Posteriormente, durante la “guerra de liberación kemalista”, dio comienzo el encubrimiento de huellas, documentos y archivos relativos al genocidio, de igual modo que desaparecen las huellas del accidente de Verónica. Seguirán como ya sabemos un siglo de silencio y degeneración.
> A este respecto podéis consultar mi artículo: “La violencia y sus máscaras, 1918–1919, nacimiento del discurso negacionista” (en francés).
Se podría comparar el malestar de Verónica con el de la Turquía posterior a 1915. La mayoría de los turcos se niega a mirar por el retrovisor, visitar los lugares y constatar los daños. De todos modos era solo un perro, nada más que un perro. Si hubo víctimas se trataba de los Otros, en el caso argentino los descendientes de los indígenas, en Turquía los gavur, los infieles: ¿debemos acordarles el mismo valor y atención? En Turquía no se considera delito eludir la responsabilidad por el genocidio, todo lo contrario, es un comportamiento que las autoridades fomentan e incluso imponen, pero que sin embargo no exime de culpa. El estado de estrés post traumático que padece la sociedad, transmitido de generación en generación, pesa de manera inconsciente y estará vigente mientras no se reconozca el crimen. El desorden cognitivo ha sido acentuado por el poder mediante relatos equívocos acerca del pasado de los turcos, relatos falsos y deficientes, que ocultan con sigilo todo atisbo traumático de la historia, reemplazándola por un relato narcisista oportuno para satisfacer el ego de los ciudadanos, reforzado por el nacionalismo obligatorio y desenfrenado. Los sicoanalistas Alexandre et Margarete Mitscherlich, refiriéndose a Alemania, evocan “la idea embriagadora de pertenecer a un pueblo elegido”, describiendo a la perfección aquello que probablemente sintieron los turcos tras leer el relato de su historia reinventada! “Sentimos que por fin nos brindaban la oportunidad de manifestar, de manera uniforme, el valor que nos atribuíamos”. Se trataba de un requisito imprescindible para reforzar el mecanismo de rechazo (Mitscherlich, 1972, pp. 24 et 26).
Del mismo modo que todo ha adquirido un cariz insoportable para Verónica, Turquía tampoco soporta que se le cuestione, ni tampoco los reproches y las referencias al pasado y a la historia : “Han transcurrido cien años desde aquel infierno, ahora vivimos tranquilos, felices. Nuestras vidas están formateadas por nuestros alibis. Nos mantenemos abrigados bajo el manto de mentiras de la historia oficial”. (Akif Kurtulus, in Bener 2015, 87, trad. E.C.). Desde el prisma del nacionalismo turco, todo es acusación infundada, complot occidental, trabajo de zapa del enemigo interior. “El desorden cognitivo no desemboca exactamente en aquello que supuestamente debería ocultar”: terror de que resurja el fantasma armenio, que veamos rodar por todas partes, en los restos aun visibles de la presencia armenia, pero también en las conciencias, los insultos que asocian a los armenios con todos los problemas irresolubles. Si el “tabique invisible”, el accidente, es el verdadero protagonista de La mujer sin cabeza, “1915” es el verdadero tema de la película “Turquía”; en este caso “la imposibilidad no radica únicamente en mirar a través del tabique” sino en advertir el propio tabique. Y los “espectros” siguen ahi.
El “mecanismo de defensa” se ha implantado de tal manera que el genocidio ya no existe y lo que es aún peor, tampoco existe el juicio al genocidio de 1919. Así como que el entorno de Verónica ha ocultado todo, el “entorno” (Estado, nación, ejército, justicia, control social, sistema educativo) protegen al ciudadano turco de los espectros, maquillando las pruebas. Pero en el caso concreto de Turquía el maquillaje lleva tanto tiempo en vigor y de modo tan coercitivo, que cada individuo (o casi) se ha convertido en su propio censor y utiliza a su libre albedrio los mecanismos de defensa que le proporcionan el Estado y la escuela, como si se tratase de un kit de supervivencia: “No permitimos que nadie intervenga en nuestro juego. La pelota está nuestro campo. Somos fuertes. Somos los preferidos del rico carnicero del barrio. Llevamos cien anos jugando al escondite con la verdad, sin cansancio ni tapujos” (Kurtulus, o.c.). (Si surge un problema, “basta con que un miembro del grupo sea alcanzado para que se desate un mecanismo implacable de autodefensa colectiva” hecho que en Turquía va acompañado de denuncias, manifestaciones “patriotas”, fábricas de banderas y eslóganes, violencia. “Callamos y después negamos. Y en los cementerios, para ahogar nuestras voces interiores, silbamos y si es preciso, cantamos marchas militares”. (Kurtulus, o.c.).
No basta con la mentira y el silencio. “Mentir agota. La mentira hecha raíces continuamente, se hincha, queda atrapada. Adquiere mayor envergadura que la propia verdad que pretende ocultar y acaba por chupar y corroer nuestras vidas. Este país que desde su nacimiento se empeña en narrar epopeyas que ocultar las derrotas, relatos de festividades para ocultar las masacres, relatos de mártires que no mueren para ocultar los muertos, este país nos agota y nos corroe” (Temelkuran, in Bener 2015, 57, trad. E.C.)
Y todas esas historias no evitan que los fantasmas sigan rondando. Yasemin Congar, redactora jefe del diario Taraf, escribía el 12 de Diciembre de 2008: “En mi interior están presentes ambos sentimientos; el dolor del perseguido y la culpa del persecutor. Porque no consigo convencerme de no haber sacado provecho alguno, aunque sea mínimo, del genocidio armenio. No puedo darme por satisfecha y creer que no me he servido de los bienes, propiedades y tierras que los armenios fueron forzados a abandonar. Mi espíritu no cesa de oscilar entre el “¿me he aprovechado” y el “¿es imposible que no me haya aprovechado?” (en Aktar, 2010, 43).
Es como si el ciudadano turco fuese “un individuo pasmado y aterrorizado por el universo que ha heredado, fascinado por su propia herida” Evidentemente, tal y como sucedió en Argentina, son numerosos quienes sobre todo tras el asesinato de Hrant Dink y al cumplirse el centenario del genocidio, “no están dispuestos a ser prisioneros en el pantano de su hábitat y su percepción”. Sabemos que en Turquía ha nacido “una conciencia que teme horrorizarse e interrogarse sobre su propia complicidad con el crimen y en el atropello y fuga de todo un país con respecto a su historia”.
En realidad esta conciencia carcomida por la culpabilidad teme enfrentarse a aquello que ha perdido. En 2015, en el prefacio del relato titulado El armenio que llevamos dentro, Yigit Bener exclamaba con énfasis: “En 1915 no solo hemos destrozado vidas. No solo hemos destruido una parte importante de la población de nuestra tierra, no solo hemos destruido aquello que aportaban a nuestro país, su historia y legado cultural, no hemos destruido únicamente el significado que otorgaban /conferían a la verdadera historia de Anatolia, no solo hemos destruido la diversidad y la riqueza de esas culturas que se nutrían unas a otras…Hemos destruido al mismo tiempo nuestra identidad común, nacida del destino común de todos esos pueblos antiguos mezclados en este país. Hemos destruido nuestra memoria y lo que es aún peor, hemos destruido también una parte de nuestra humanidad” (Bener, 2015, 13, trad. E.C.).
Referencias: Películas
• Martel (Lucrecia), La Mujer sin cabeza (La femme sans tête), film franco-argentino, 2008 con Maria Onetto, Claudia Cantero, Inés Efron.Production : Slot Machine — • ARTE France Cinéma — Aquafilms — El Deseo. Distribué en France (2009) par AdVitam. Martel en tête, documental disponible en DVD junto con la pelicula La mujer sin cabeza en Arte France Développement, 20 mn (sin générico ni mención del autor) 2009
Referencias : Obras y textos citados
• Aktar (Cengiz), L’appel au pardon. Des Turcs s’adressent aux Arméniens, Paris, CNRS Editions, 2010.
• Bener (Yigit) (éd.), Içimizdeki Ermeni (1915–2015) [El armenio que llevamos dentro], Istanbul, Can, 2015.
• Kurtulus (Akif), « Yüzyıllık Arsızlık [Cien años de deshonor », in Bener (Y.), Içimizdedi Ermeni, 2015, pp. 85–87.
• Mitscherlich (Alexandre et Margarete), Le Deuil impossible. Les fondements du comportement collectif, traduit de l’allemand par Laurent Jospin, Paris, Payot, 1972 [Die Unfähigkeit zu trauern, Munich, Piper Verlag, 1967].
• Temelkuran Ece, « Yalan Yorgunlugu [Mentir agota] », in Bener (Y.),Içimizdedi Ermeni, 2015, pp. 57–58.
Imagen principal : Maria Onetto — La mujer sin cabeza