Türkçe Nupel | Français | English | Castellano
Para leer los demás artículos, sigue este enlace 

La alar­ma de mi telé­fono está pro­gra­ma­da para las 3:50 de la mañana, inten­to des­per­tarme con tenues notas de piano. Mi cuer­po se que­da como clava­do a la cama y no sé en qué puede pen­sar la gente en momen­tos como este, pero en mi caso, recrim­i­no con rabia la vida. La culpo por todo lo que pasa por mi cabeza. Después, como sucede siem­pre, me tran­quil­i­zo, sucum­bo a mi ira, con­si­go despe­garme de la cama, me levan­to y me vis­to tranquilamente…

Lo primero que hago es abrir la puer­ta del bal­cón de par en par, inhalo el alien­to del mun­do, impreg­no mi ros­tro en el oscuro fres­cor de la noche. La fiambr­era de mi hijo menor, un café, un cig­a­r­ril­lo y me diri­jo hacia mi bici azul mari­no enca­de­na­da delante de la puer­ta. Cuan­do todo per­manece hun­di­do en la oscuri­dad, el silen­cio reina en todas partes, la may­oría de la gente duerme, entonces yo, me pon­go en camino.

Me cru­zo con per­sonas que tam­poco duer­men, que se lev­an­tan y como yo van a tra­ba­jar, y tam­bién con quienes regre­san a sus hog­a­res, tras el turno de noche, cansa­dos, agotados.

Entre mi casa y el tra­ba­jo hay 5 kilómet­ros. Una calle más arri­ba, en un calle­jón que da a una amplia aveni­da hay una panadería y frente a la aveni­da, un gran cuar­tel mil­i­tar. Aunque en la actu­al­i­dad el cuar­tel haya per­di­do el poder de antaño, es como un gran quiró­fano en el que aún se reparan viejos tan­ques de guer­ra. En oca­siones, hacia las 4 de la mañana, salen de la inmen­sa ver­ja metáli­ca, en fila, tan­ques que pare­cen oscuros ataúdes de hier­ro, con sus oru­gas, su inge­niería adap­ta­da a todas las geografías, todos recién restau­ra­dos. Con sus órganos regen­er­a­dos, for­man una espe­cia de man­a­da de mon­stru­os, dirigién­dose hacia improb­a­bles país­es pobres, para des­gar­rar sus vientres.

En oca­siones los movimien­tos por la paz orga­ni­zan protes­tas frente al cuar­tel, pero en vano porque los acuer­dos ya están fir­ma­dos des­de hace mucho tiem­po, los ataúdes ya están car­ga­dos en los vagones…

¿Cómo es que estoy al cor­ri­ente de todo esto? Porque en otro tiem­po fuimos nosotros los que ges­tion­amos la panadería… Por aquel entonces for­mábamos una famil­ia. Apreta­ba a mis hijos con­tra mi pecho, los ama­manta­ba, los llev­a­ba al par­que, a nadar, de paseo. Aho­ra son may­ores. Aunque todavía vocif­er­an a mis espal­das “mamaaaaaaa”, quedan lejos los viejos tiem­pos en los que sus voces me atrav­es­a­ban el corazón…

Cuar­tel y panadería. Menu­da parado­ja: una con­sume, la otra pro­duce… La primera cubre de roja san­gre a los inocentes, la segun­da ali­men­ta los vien­tres con hari­na blanca.

¿Es por esto por lo que figu­ra el pan en los cua­tro libros sagra­dos, lo besamos y lo lle­va­mos a la frente?1 De modo repenti­na­mente nos trans­for­mamos en una panadería mien­tras el cuar­tel se adueña de nues­tra caja registradora.

Allí está el horno con sus cua­tro inmen­sos ojos, siem­pre abier­tos y aunque ped­alee rápi­do al pasar por delante, me ve cada mañana. Emite seme­jante aulli­do tras mis espal­das que me hace tem­blar. Igual que los tan­ques, me aplas­ta el corazón. Y dice exac­ta­mente: “Empu­ja, empu­ja, ped­alea más rápi­do, ¡idio­ta! …”

Siem­pre hace lo mis­mo, porque él tam­bién sabe, que no me que­da otra elec­ción que pasar por allí. Pero he deci­di­do que uno de estos días agar­raré a ese cabrón por el cuel­lo, colo­caré mi ros­tro frente a sus enormes cua­tro ojos y con toda mi rabia y mi dolor, le diré: “Cuén­tame horno, cómo preparaste una encer­rona para tu com­pañera. El ojo, el gatil­lo de cam­bio, el manil­lar y dis­paraste. ¡Bang!”

Ven­ga cuen­ta cómo nos engal­laste, ¡díme­lo …!”

Ped­a­leo, más y más y más rápido…Por todas partes, la oscuridad…Cuando haya atrav­es­a­do el calle­jón ais­la­do y alcance a la calle prin­ci­pal, allí donde cir­cu­lan los coches y las bicis, me sen­tiré mejor. Un poco más allá, sigu­ien­do los car­riles bici, lle­garé pron­to al tra­ba­jo. El lugar donde tra­ba­jo, es como un pulpo que extiende sus luces amar­il­las en la noche, deslizán­dose hacia el exte­ri­or por cien­tos de ven­tanas, sus bra­zos se retor­ti­jan, esperándome.

El fron­tis de la ciu­dad se limpia des­de aquí, todos los des­perdi­cios se reco­gen des­de aquí, todos los baños públi­cos, calles, guarderías, todos los ser­vi­cios munic­i­pales exis­tentes se lavan des­de aquí. La ciu­dad se desprende de su suciedad, cor­rosión y hedor des­de aquí, con el sudor de las y los tra­ba­jadores migrantes.

Frente a este gran edi­fi­cio rec­tan­gu­lar de cin­co pisos se alza impo­nente un león de hier­ro azul. Sobre el león una inscrip­ción en car­ac­teres blan­cos: EAD…2 Con la tar­je­ta en la mano, como si se tratase de un poder divi­no, se abren todas las puer­tas. Con ella ficho al comien­zo del tra­ba­jo: 4 horas y 45 minutos…Subo en el ascen­sor al segun­do piso, a la sec­ción cer­ra­da y acrista­l­a­da, tomo un juego de cin­co llaves y después la del vehícu­lo que voy a uti­lizar. Aho­ra todo está en orden.

En el primer piso me espera Vic­to­ria. Bajamos al gara­je. La parte sur es para noso­tras dos. A esta hora, hay otros cua­tro gru­pos como el nue­stro. Todas y todos migrantes…Nos dis­per­samos en los bra­zos abier­tos de la ciu­dad y gra­cias a dios, ¡vamos a limpiar, engul­lir y pulir por todas partes y dejar­lo todo impecable!

Den­tro de poco, con Vic­to­ria, tras limpiar dos guarderías que con­for­man dos grandes edi­fi­cios con dece­nas de salas, once baños, dos salas de recreo y de deporte, sumer­gire­mos en el agua hirvien­do los dos sobrecitos de café traí­dos des­de casa, encen­der­e­mos un cig­a­r­ril­lo y nos mofare­mos por un rato de nue­stro cansancio. .

Nos encar­g­amos de dos guarderías, dos establec­imien­tos para jóvenes, tres baños públi­cos y, para ter­mi­nar, de una vil­la del siglo XVIII, nacional­iza­da por los izquierdis­tas y que en la actu­al­i­dad uti­lizan difer­entes gru­pos cul­tur­ales. Ambas somos efi­caces, tra­ba­jamos rápi­do y bien…

Cada mañana a las 6 y media llamo a mi hijo menor, lo despier­to, le recuer­do que no llegue tarde a la escuela, que no olvide su almuer­zo y que cierre bien la puerta.

Ella, Vic­to­ria, llegó aquí hace poco proce­dente de los Bal­canes, tiene un hijo de 16 años: los otros niños se quedaron en el país. Tuvo muchos prob­le­mas para sep­a­rarse de su mari­do vio­len­to. Vivía en un aparta­men­to de una sola habitación y cuan­do llegó su hijo, le cedió su cama. Dor­mía en un colchón en el sue­lo del pasil­lo. Vic­to­ria sufría a menudo de dolores lumbares.

Vic­to­ria es una devota cris­tiana. Los domin­gos va a misa, enciende velas para sus hijos, reza… Cuan­do acabamos el tra­ba­jo dejamos las llaves en la guardería, el coche en el gara­je y fichamos la hora de sal­i­da con nues­tras tar­je­tas y Vic­to­ria empal­ma con otro tra­ba­jo. Los fines de sem­ana en un restau­rante, sirvien­do, lavan­do los platos y fre­gan­do el sue­lo. El restau­rante de lujo en el que tra­ba­ja Vic­to­ria lo fre­cuen­tan burócratas y nota­bles locales. Uno de ellos es tan influyente que nada se le escapa.

Resul­ta bas­tante difí­cil encon­trar un aparta­men­to en alquil­er aquí. Hace un tiem­po pri­va­ti­zaron todos los alo­jamien­tos públi­cos y los cedieron a empre­sas que cam­bian a menudo de enseña. Por lo que Vic­to­ria, que pre­senta­ba cada año la solic­i­tud en el organ­is­mo de vivien­da públi­ca, como otros tan­tos en su mis­ma situación, nun­ca con­sigu­ió un techo decente.

¿Qué queréis que hiciese Vic­to­ria? La pobre, sirvien­do chich­es kebab al burócra­ta que venía al restau­rante, se sin­ceró con él. Nada más fácil, él hubiese resuel­to el prob­le­ma ensegui­da. Vic­to­ria es de estatu­ra media, rubia, labios carnosos, cejas arqueadas, una mujer encan­ta­do­ra. Tuvo que espa­bi­lar a una edad muy tem­prana. Ha vivi­do a toda prisa y ha madu­ra­do pron­to. Toda la respon­s­abil­i­dad de su hog­ar recae sobre sus espaldas.

Jus­to cuan­do se ilu­sion­a­ba pen­san­do que los prob­le­mas de alo­jamien­to se resolverían pron­to, el hom­bre se inclinó hacia el oído de Vic­to­ria que fum­a­ba su cig­a­r­ril­lo en la calle durante su tiem­po de des­can­so y mur­muró: “te encon­traré un boni­to aparta­men­to, con bal­cón, nada caro en el cen­tro, si tú quieres, aho­ra, con una lla­ma­da tele­fóni­ca. Pero ten­go una condición…”

– ¿Cuál es?

– Te acues­tas con­mi­go y asun­to arreglado

Se me rompe el corazón cuan­do Vic­to­ria, descon­so­la­da, me mira fija­mente a los ojos. “Desa­ta tu cabel­lo Rapun­zel, deja que el cretino ascien­da por la escalera dora­da…” le digo.

Y así van tran­scur­rien­do los días, las noches, las sem­anas, se frie­gan los sue­los, se ensu­cian otra vez, se limpian de nuevo.

El pájaro sale volan­do, se posa en la rama, el gato maúl­la bajo el árbol, fumo un pit­il­lo en el bal­cón. Coci­no, limpio mi casa, voy a limpiar las de otros. Conoz­co gente intere­sante, escu­cho his­to­rias ater­rado­ras… Los sába­dos por la noche, escribo…

¿Será que quiero vert­er ahí todo lo que lle­vo acumulado?

Luego me encuen­tro con quienes leen lo que escribo.

Obser­van mi vida de bay­o­ne­ta y me pre­gun­tan “¿eres tú la que ha escrito estos textos?”

En abso­lu­to ami­gos y ami­gas”, respon­do, “¿quién soy yo para atreverme a escribir?” Me escab­ul­lo, les esqui­vo y me largo, a veces me gus­ta estar sola. Supon­go que mis prob­le­mas impor­tan un ble­do a los demás. Pero a pesar de todo, nos jun­ta­mos, me gus­ta la gente.

Vic­to­ria por fin encon­tró alojamiento…Se mudó, lo amue­bló, tuvo su propia habitación. Tiene inclu­so un bal­cón donde poder fumar. Está situ­a­do en el cen­tro de la ciu­dad, no cues­ta caro.

Ya no le due­len los riñones, ni tiene lum­ba­go, ya no se apli­ca pomadas calientes para com­bat­ir el dolor de espal­da. Una noche el dolor de espal­da apun­tó hacia el corazón de Vic­to­ria. Le duele el corazón. El corazón de Vic­to­ria sufre. Vic­to­ria se asfix­ia. Victoria…mi queri­da, mi hermana.

Los sue­los se ensu­cian, los sue­los se limpian, los sue­los se ensu­cian con­tin­u­a­mente. Me enam­oro de la músi­ca per­sa, escu­cho a Sha­jar­i­an, via­jo hacia país­es lejanos. No escu­cho a ningún psicól­o­go, mi hijo menor viene a mi cama, como la luz diur­na lo estre­cho entre mis bra­zos, lo beso, lo olisqueo, le mien­to inclu­so: “Ten­go frío tesoro, abrázame fuerte”. Me estrecha entre sus bra­zos y entonces despe­jo la mesa y me duer­mo abraza­da a mi hijo…

Son las 3:50…

Son las cua­tro menos diez de la mañana…

Puede que la próx­i­ma sem­ana vaya a la panadería. Me pre­sen­taré en medio de la aveni­da, entre la panadería y el cuar­tel y cueste lo que cueste, le pediré cuen­tas al tiempo.

 

Con­tin­uará…


Suna Arev | Autora

Nacida en 1972 en Uzuntarla (Elazığ) en una familia de ocho hijos. Desde niña tuvo que ayudar en las tareas agrícolas. Fiel reflejo de su infancia, la época del golpe militar del 12 de septiembre de 1980 marcó su vida política. Graduada por la Escuela profesional de Comercio de Elazığ, ha experimentado de muy cerca los comportamientos fascistas y racistas de su ciudad. Madre de cuatro hijos, vive desde 1997 en Alemania por razones políticas.

Traducido del francés por Maite.
Ilustraciones Naz Oke adoptart.net

Apoya a Kedis­tan, HAZ UNA CONTRIBUCIÓN.

Cuidamos la “web Kedistan” y sus archivos. Estamos empeñados en que siga siendo gratuita, sin publicidad y de fácil acceso para nuestras lectoras, aunque esto signifique un coste económico, que hasta la fecha hemos cubierto con donaciones y colaboraciones individuales (todas y todos los autores de Kedistan trabajan de forma voluntaria).
Por respeto hacia la labor de las autoras y traductoras, puedes utilizar y compartir los artículos y las traducciones de Kedistan citando la fuente y añadiendo el enlace. Gracias.
Suna Arev
Autrice
Née en 1972 à Uzun­tar­la (Elazığ).Dans une famille de huits enfants, elle est immergée dès son plus jeune âge, par­mi les tra­vailleurs agri­coles à la tâche. Tel un miroir qui date de son enfance, la péri­ode du coup d’Etat mil­i­taire du 12 sep­tem­bre 1980 a for­mé sa vie poli­tique. Diplômée de l’École pro­fes­sion­nelle de com­merce d’Elazığ, elle a vécu, en grandeur nature les com­porte­ments fas­cistes et racistes dans sa ville. Mère de qua­tre enfants, depuis 1997, elle habite en Alle­magne, pour des raisons politiques.
Suna Arev was born in 1972 in the vil­lage of Uzun­tar­la, Elazığ dis­trict. From a fam­i­ly of eight chil­dren she became one of the agri­cul­tur­al work­ers at an ear­ly age. The mil­i­tary coup d’état of Sep­tem­ber 12 1980 served as a mir­ror in shap­ing her polit­i­cal out­look. After obtain­ing a diplo­ma from the Elazığ Pro­fes­sion­al Busi­ness School, she expe­ri­enced the full force of fas­cist and racist behav­iours in her town. She has lived in Ger­many since 1997, for polit­i­cal rea­sons. She is the moth­er of four children.