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Eren Keskin es una figu­ra emblemáti­ca, abo­ga­da, defen­so­ra de dere­chos humanos aguer­ri­da y una de las activis­tas más valiosas de Turquía. Tam­bién es copres­i­den­ta de İHD, Aso­ciación de Dere­chos Humanos.

Com­par­ti­mos una tra­duc­ción libre de su artícu­lo, rel­a­ti­vo al Geno­cidio Arme­nio, pub­li­ca­do en tur­co, el 28 de abril de 2021, en el per­iódi­co Yeni Yaşam Gazetesi.

1915 y la historia de mi tía

Los miem­bros de İHD empezamos a con­mem­o­rar el Geno­cidio Arme­nio de 1915 en 2005. Des­de entonces hemos orga­ni­za­do muchas ini­cia­ti­vas. Pero las que han tenien­do más vis­i­bil­i­dad son las pro­gra­madas en los últi­mos dos años. En 2019 impi­dieron el even­to calle­jero que habíamos plan­i­fi­ca­do. Durante la man­i­festación, nos con­fis­caron las pan­car­tas y detu­vieron a tres com­pañeros. Nos lle­varon a juicio por esta acción, pero el fis­cal dic­t­a­m­inó que era posi­ble expre­sar difer­entes opin­iones sobre acon­tec­imien­tos históri­cos, que forma­ba parte de la lib­er­tad de pen­samien­to. Por lo tan­to, el caso fue desestimado.

Sin embar­go, en este 2021, tras la elocu­ción del Pres­i­dente de los Esta­dos Unidos, Biden, emple­an­do el tér­mi­no “geno­cidio”, se desató la ira. El Min­istro del Inte­ri­or señaló como obje­ti­vo al IHD, que lle­va años orga­ni­zan­do conmemoraciones.

Mi sen­si­bi­lización con respec­to al geno­cidio arme­nio no se pro­du­jo a través de canales políti­cos, sino por un acon­tec­imien­to familiar.

Mi abue­lo pater­no era abo­ga­do, tam­bién había sido sub­pre­fec­to y en su cír­cu­lo era recono­ci­do como demócra­ta. Mi tío, el her­mano geme­lo de mi padre, al envi­u­dar decidió casarse por segun­da vez. Cuan­do comu­nicó a mi abue­lo sus inten­ciones, este le impu­so una condi­ción. Mi futu­ra tía, que se llam­a­ba Josephine, ten­dría que adop­tar el nom­bre de Hülya y acep­tar con­ver­tirse al islam. Ella asintió.

Mi tía Josephine y su famil­ia son las per­sonas más felices que he cono­ci­do en mi vida. Íbamos todas jun­tas al cine. Los sobri­nos de Josephine, los her­manos Alex y Arthur, nos enseña­ban tru­cos de Zati Sun­gur, el famoso ilusionista.

Al finalizar la boda, pre­gun­té a mi madre “¿a par­tir de aho­ra debe­mos lla­mar tía Hülya a tía Josephine?” Mi madre me con­testó que lo que había hecho mi abue­lo era escan­daloso: “Llá­mala siem­pre tía Jose­fi­na”. Esta respues­ta ha sido fun­da­men­tal en mi lucha.

Cuan­do tenía 16–17 años, empecé a apren­der cosas sobre el geno­cidio arme­nio. Un día le pre­gun­té a mi tía: “Tía, ¿tu famil­ia se vio afec­ta­da?”. Cuan­do me dijo que su famil­ia sí se había vis­to per­ju­di­ca­da, pero que no debía hablar de ello, me con­testó: “Oye, no hables de este tema, en ningún sitio. Es un tema peli­groso”. A par­tir de entonces comencé a enten­der el geno­cidio arme­nio. Era muy triste que un ser humano tuviese tan­to miedo, que ni tan siquiera fuese capaz de expre­sar su pro­pio dolor.

Mi tío murió muy joven y Josephine crió a los dos hijos de su ante­ri­or mat­ri­mo­nio como si fuer­an suyos. Después los adop­tó ofi­cial­mente y les legó su herencia.

Cuan­do mi tía enfer­mó fui a vis­i­tar­la a su lecho de muerte, En su habitación, vi que habla­ba con un sac­er­dote, que su sobri­no había ido a bus­car a la igle­sia. Mi tía llora­ba y el cura tam­bién… Quería decir algo, pero no podía hablar. A mi enten­der, aquel día mi tía esta­ba ofi­cian­do su pro­pio funer­al, sigu­ien­do sus propias reglas. Tal vez dijera al sac­er­dote: “Yo nun­ca renun­cié”.

Aque­l­la ima­gen me con­movió pro­fun­da­mente. Tal vez la con­ver­sación, cru­cial, que man­tu­vieron aque­l­las dos per­sonas bas­taría para hac­er­nos com­pren­der la real­i­dad a la que nos enfrenta­mos en la actualidad.

Poco después, mi tía fal­l­e­ció. Fue enter­ra­da como musul­mana. Pero estoy segu­ra de que ella hubiese preferi­do que se respetara la cer­e­mo­nia que evocó con el sac­er­dote. Quién sabe, aca­so en aque­l­la ocasión mi tía lev­an­tó la cabeza y comu­nicó al sac­er­dote su neg­a­ti­va a acep­tar una iden­ti­dad impuesta.

No fui al funer­al de mi tía. Aquel día fui a la igle­sia. Y la recordé tal y como ella hubiese desea­do que lo hiciera. Y la sigo remem­o­ran­do de ese modo.

Aho­ra me pre­gun­to. Mi tía no fue la úni­ca. Fue una arme­nia oblig­a­da a adap­tarse a los dom­i­nantes. ¿Debe­mos con­sid­era el gran sufrim­ien­to impuesto a mi tía como un hecho ais­la­do o se tra­ta de la con­tin­uación de un genocidio?

Eren Keskin


Eren Keskin fue cofun­dado­ra del proyec­to “Legal Aid For Women Who Were Raped Or Oth­er­wise Sex­u­al­ly Abused by Nation­al Secu­ri­ty Forces” (Asis­ten­cia jurídi­ca para mujeres víc­ti­mas de vio­len­cia sex­u­al por parte de las fuerzas de seguri­dad nacional), para dar a cono­cer los abu­sos que sufren las mujeres en las cárce­les tur­cas.  Ha sido arresta­da y encar­ce­la­da en numerosas oca­siones a con­se­cuen­cia de sus activi­dades en defen­sa de los dere­chos humanos.

Podéis leer, entre otros, un artícu­lo sobre Eren Keskin pub­li­ca­do en Píkara Mag­a­zine en 2016:
Eren Keskin: cabeza de turca


Traducido por Maite
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