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En el marco del programa “Conversaciones sobre Nacionalismo” , que tiene lugar en Kıraathane, se ha inaugurado una muestra muy importante y “espinosa”, firmada por los curadores Wenda Koyuncu et Sevla Dakman: la primera exposición individual de Zehra Doğan en Estambul, Turquía, “Görülmemiştir” (no ha sido, controlado).
La exposición está compuesta de obras, de diarios que Zehra realizó durante su estancia en prisión, de audios y otros “archivos” carcelarios. Deberíamos comenzar por recordar la historia de Zehra Dogan, ya que su vida (es decir, la vida que no ha podido “vivir”), reúne el germen de sus creaciones e indica la senda para la comprensión de las mismas. Tomo como ejemplo uno de los extractos del texto de la exposición:
“Periodista y artista kurda. Por haber compartido en redes los dibujos realizados durante los toques de queda y las operaciones de seguridad llevadas a cabo en Nusaybin, distrito de Mardin, y por haber publicado un artículo que informaba sobre las anotaciones de una niña de 10 años, fue procesada, acusada de pertenencia a una organización ilegal…y condenada más tarde por “propaganda” a 33 meses de cárcel…”
Esta exposición nos muestra las obras realizadas por Zehra Doğan durante su estancia entre rejas. Realizadas con insistencia y resistencia, sirviéndose de lo que pudo encontrar dentro de la cárcel, creando a partir de soportes de todo tipo, con materiales diversos (entre otros pinceles elaborados con cabello y sangre menstrual– una genuina política del cuerpo) y poniendo de manifiesto el espacio alternativo que ella construyó. También podéis interpretar esta muestra como un libro de relatos, de sueños, consumado en una penuria absoluta, a modo de vestimenta visual, sonora y textual, por una persona reducida efectivamente a la “vida desnuda” (según el concepto de Agamben), el lugar en el que permanece encerrada, transformando en recursos los útiles que le confiscan.
El hecho de que la muestra se titule “Görülmemiştir” resulta de verdad significativo; ya que cada cosa que entra en el “interior” con el sello “görülmüştür” (controlado-aprobado), se convierte en un instrumento que expone las cosas “que no se ven” o que no queremos ver, o que se han convertido en invisibles al ser consideradas demasiado “inadecuadas” y que posteriormente han salido clandestinamente al exterior. Un contraataque inaudito! Un contramanifiesto escrito desde el interior hacia el exterior, empleando componentes del propio exterior.1
Tras su puesta en libertad Zehra expuso en Londres, en la Tate Modern. En dicha muestra, titulada E Li Duman (Lo que queda atrás), utilizó objetos rescatados en regiones “sensibles”, lugares que padecieron la misma destrucción que Cizre, Nusaybin. En aquella ocasión expuso las huellas de una destrucción que no podemos exhibir “aquí” (debido a evidentes razones políticas). En lo que se refiere a esta muestra, escribí un artículo junto a Wenda Koyuncu, una de las curadoras de la presente exhibición, en el que nos preguntábamos por qué los objetos testigo de la destrucción (alfombras quemadas, restos de zapatos y otros objetos “dañados”) de Zehra Doğan no podían ser expuestos, por ejemplo, en Estambul. Esta muestra tenía también una importancia política, en su calidad de “exposición” que no podía realizarse “aquí”. Las muestras que no pueden llevarse a cabo, quedan registradas como un evento inconcluso, como una especie de “ausencia”. Expresamos en dicho artículo, que la exposición de Zehra Doğan no era una “muestra” sino una acción, e incluso una “acción situacionista”. En la misma, la artista atesoraba en su carácter de autora, una colección, las huellas de una violencia, e instaba al público espectador, “aquí y ahora”, a afrontar la realidad, a la acción.
La presente muestra contiene un impulso similar: en cierto modo lleva al espectador a visitar un lugar repleto de violencia, pero que sin embargo no encierra su propia contraposición en un discurso victimista. El conjunto de los objetos, textos, imágenes que conforman la exposición están dotados de un ímpetu capaz de perforar los muros. Esos muros inequívocos, útil de reclusión de las fuerzas oficiales. Visitar la muestra resulta en cierto modo estar “dentro”, palpar el intelecto de una persona prisionera. Se respira un clima de violencia y melancolía, es cierto, pero también se percibe el empeño por invertir esa circunstancia, como una especie de “política de la emoción”. El hecho de que Zehra Doğan, en su condición de mujer prisionera, utilice objetos o posiciones ligados a la feminidad como instrumentos o soportes políticos, añade a la muestra una vena feminista. Al fin y al cabo, el poder que aprisiona es en general “masculino”, ya sea en un sentido real o metafórico; y la mirada del hombre observa a las/los que están en el interior. Las obras aquí reunidas desvelan a esa mirada lo que no desea contemplar, y en cierto sentido, toma cuerpo aquello que bell hooks denomina “la mirada crítica”.
Lo que esta muestra logra con éxito es el hecho de envolver un contradiscurso, apropiándose de todo, de cada objeto y elemento visual considerado abyecto. En cierto sentido, a la manera de Tracy Emin y otros artistas transgresores. Ya sabéis que uno de los modus operandi del poder consiste en crear un catálogo de elementos “abyectos”, en la acepción corporal e intelectual del término, hacer que estos se conviertan en símbolos malditos o “aterradores”. Por este motivo, el hecho de apropiarse de lo abyecto para transformarlo en un útil expresivo, convirtiéndolo en “representable”, le confiere un impulso político.
Una de las mejores frases que hallé reflexionando acerca de la representación y la Negación, pertenece a Butler: la insurrección ontológica. Butler expresa en su libro, en el que reflexiona sobre el duelo y la violencia 2, que aquellas y aquellos a quienes vetamos la expresión de su existencia, convirtiéndolos en “nullius nomen”, procuran en un momento dado, una insurrección ontológica: una revuelta existencial, un deseo de perseverar en su ser. Estxs ignoradxs pueden ser aquellas y aquellos que quedan fuera de los esquemas representativos de la ontología oficial, lxs excluidxs de la misma: migrantes, gays, minorías, vagabundxs, pensadorxs politicxs radicales, criminales de opinión, e incluso lxs pobres. En el preciso instante en el que intentan visibilizar su existencia, hacerla perceptible, rasgan un manto de invisibilidad y documentan su vida: por medio de la escritura, la acción, la performance, la imagen o cualquier otro tipo de acción “subversiva”. De modo que a partir de ahí podemos reflexionar sobre lo que busca Zehra Doğan, en su condición de artista: desea sobre todo plasmar su historia y provocar una vibración en el orden existente de las cosas. Una vibración política, estética, simbólica o física.
La pregunta que planteo al inicio de esta nota, “Qué quiere Zehra Doğan” tiene su origen en el título de una entrevista a Şener Özmen: “Qué quiere Şener Özmen” 3. Lo mejor de la entrevista consistía en esto: Qué pretende la persona que tenemos ante nosotros, sujeto artístico y político que habita la Tierra, pese al riesgo de verse reducido a este tópico? ¿Hacia dónde nos conduce o nos invita toda creación, toda intervención? A lo largo de la entrevista visionamos el vídeo de Şener Özmen, titulado “¿Qué quiere el artista?”
En dicho vídeo, el artista se encuentra solo, en un terreno árido y habla con pasión. Pero su voz permanece inaudible, ya que sobrevuelan aviones de caza y la voz anónima del mecanismo militar asfixia la expresión del propio sujeto. La cuestión crítica es la siguiente: Esta maquinaria aniquila la voz que se expresa, tanto en sentido metafórico como en el real. Y el artista, haga lo que haga, no puede explicar “lo que desea”. No se trata de la descripción de una crisis cultural o relacional, sino de una crisis ontológica, es decir que “el artista” está ausente, su voz fulminada”. Pero en este vídeo, la imposibilidad de narrar se convierte en una narración en sí misma. Un impulso político, irónico, hace que aquello que no se puede expresar, se exprese.
Zehra Doğan también apela a un impulso ontológico similar, para “hacer que se escuche su voz”, no lo hace con ironía, sino con una seriedad extrema, de frente, cara a cara. Ella busca elevar al máximo el eco de “su voz silenciada”. Y para ello, emplea a modo de megáfono su propia existencia, su cuerpo, y todos los elementos “ajenos al arte” que ella emplea a modo de una artista de arte povera. Sonidos arduos y graves se difunden a través de este megáfono metafórico: “Para escucharme, vosotros también debéis sentir esa rudeza, esa gravedad”.
Un elemento de la muestra explica muy bien esto: mediante un teléfono público instalado en la exposición, puedes escuchar las conversaciones mantenidas por Zehra Doğan dentro de la cárcel, como si “le hubieses llamado”. Sin ironía, sin intermediarios y puede que sin imperativos de orden estético… El sonido está activado y toma cuerpo una persona convertida en invisible e inaudible. Por este motivo las obras de Zehra Doğan pueden ser interpretadas como la grabación de la existencia, una “insurrección ontológica” y la muestra como una exposición ontológica (y por supuesto política) del restablecimiento del honor.
Esto es lo que quiere Zehra Doğan: añadir su propia voz a la escena de la representación y mostrar la violencia política en toda su virulencia y si ella puede respirar dentro de la espiral de violencia, narra también su “historia personal”. Y si es necesario, transformando su propio cuerpo en herramienta…
Solo una cosa más. Zehra Doğan dijo en una entrevista, refiriéndose a la sensación de libertad que le procuró su exposición en la Tate Modern, y para expresar la amargura que sentía por no poder exponer en Turquía, que aquella libertad, en lo sucesivo, era incompleta. “Aquí hay libertad, pero su sabor es amargo”.
Creo que, en cierto modo, gracias a esta exposición, la amargura se ha atenuado un poco.
Un clavel, de mano en mano…4
Imagen del titular: “Cuando estaba en la cárcel, mi madre fabricó dos muñecas utilizando dos viejas ramas que recogió en nuestro jardín. Cortó pedazos de tela de sus propios vestidos y las vistió. Una es ella, la otra soy yo. Puesto que yo no estaba allí, cosió mis cabellos, que yo había cortado anteriormente y ella había conservado, a la que me representaba. Mi sobrinita Hevin también hizo una muñeca y utilizó mis cabellos. De modo que ellas se fabricaron muñecas Zehra. En cierto modo, liberaron a la Zehra prisionera. No aceptaron que yo estuviese encerrada, colocaron las muñecas en el rincón de una habitación, como si yo estuviese en casa. Como si no hubiese sucedido nada, como si yo estuviese libre, cerca de ellas…”
Zehra Doğan