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Durante tres años de vida mar­i­tal, fue víc­ti­ma de una bru­tal vio­len­cia por parte de su pare­ja. Estu­vo a pun­to de morir con su bebé. Tratan­do de pro­te­gerse a sí mis­ma y a su hijo, Yasemin Çakal se vio incul­pa­da por un asesina­to que no había pre­med­i­ta­do. Estu­vo pri­sion­era jun­to a su bebé, solic­i­taron para ella cade­na perpetua”.

Estas líneas reco­gen las pal­abras más dul­ces que se escri­bieron a propósi­to de Yasemin, tras la dis­pu­ta mor­tal (10 de julio de 2010).

Jun­to al colec­ti­vo de mujeres fem­i­nistas “Fem­i­nist Kadın Kolek­ti­fi”, tomé parte civ­il durante su juicio. Supi­mos que Yasemin en real­i­dad no debería haber sido acu­sa­da, sin embar­go, se leyeron los car­gos en su con­tra durante la primera audi­en­cia y se solic­itó para ella una con­de­na a “cade­na per­pet­ua incom­pre­si­ble” 1. Yasemin, a quien el Esta­do no había pro­te­gi­do, se había vis­to oblig­a­da a defend­er a su bebé y a sí mis­ma, matan­do a su com­pañero para poder seguir viviendo.

Por aquel entonces, estuve pre­sente entre las numerosas mujeres que escucharon el gri­to de Yasemin. Una entre las miles de mujeres, cuyos cora­zones latían por la lib­er­tad de Yasemin y que se reunieron en torno a ella, en oposi­ción a la jus­ti­cia que pro­tegía al hom­bre. Per­maneció entre rejas durante los tres años que duró el juicio. El tri­bunal, con­sideran­do que “había cometi­do el acto, pre­sa del páni­co, en cir­cun­stan­cias emo­cionales que la con­du­jeron a traspasar los límites de la razón, en esta­do de choque”, decidió que no había motivos para condenarla.


Puedes con­sul­tar el doc­u­men­to( en tur­co) de la cronología del juicio sigu­ien­do este enlace.


 

Fue un gran logro obtenido en nom­bre de todas las mujeres.

Pero cuan­do supe que Yasemin esta­ba vivien­do en un cam­po de refu­gia­dos en Suiza, com­prendí que se trata­ba de una vic­to­ria parcial.

Yasemin vive aho­ra en Suiza los difí­ciles primeros días del exilio. En la habitación de un lugar descono­ci­do, cuyo idioma no habla, jun­to a su hijo y gente proce­dente de diver­sos país­es del mun­do, aguar­da el día en el que pue­da comen­zar a vivir de nue­vo. La Ofic­i­na Suiza de Migración cree que la solic­i­tud de asi­lo de Yasemin Çakal tiene carác­ter human­i­tario, no políti­co. ¿Pero no es políti­co todo lo rela­ciona­do con el ser humano? Escuchemos el rela­to de Yasemin de su propia boca y deci­damos jun­tos, si su causa es políti­ca o no.

Çilem Doğan, Nevin Yıldırım, Yasemin Çakal

Nevin Yıldırım, Çilem Doğan, Yasemin Çakal. Tres pro­ce­sos de autode­fen­sa fem­i­nista con­ver­tidos en símbolo.

Me sacaron de la escuela porque mis pechos eran más grandes que los de mis compañeras.”

Pertenez­co a una sociedad trib­al” (aşiret). Mi famil­ia vivía arraiga­da a una rig­urosa tradi­ción. Nos cri­aron sin ningún mar­gen de flex­i­bil­i­dad, pero creo que fui yo la más afec­ta­da. Recuer­do, des­de que ten­go uso de razón, que me cri­aron para cumplir el rol de futu­ra esposa. Una can­di­da­ta nup­cial para servir al hom­bre, para sat­is­fac­er sus necesidades.

Fui a la mis­ma escuela que mi her­mano may­or; él no me deja­ba ni res­pi­rar. Nun­ca tuve des­can­so. No se me per­mi­tió res­pi­rar ni en la escuela ni en mi pugna por la vida. Mi her­mano may­or ostenta­ba todos los dere­chos, porque era hom­bre. En casa, todas las tar­eas domés­ti­cas me cor­re­spondían a mí. Ellos iban en bici­cle­ta, yo no podía. Mis resul­ta­dos esco­lares eran buenos, pero los úni­cos hala­gos eran para ellos. Porque eran hom­bres e iban a estu­di­ar. ¡De todas for­mas, no había mar­gen para pen­sar en mi vida esco­lar! Tenía once años nada más cuan­do mi madre me obligó a escon­der mi cabel­lo. Yo no quería. Recuer­do que me gol­pearon durante tres noches porque no me cubría la cabeza, pero no cedí. No con­sigu­ieron que me pusiera el velo.

Crecía más deprisa que mis com­pañeras. Mi her­mano decía: “Esta tiene los pechos demasi­a­do grandes, me va a meter en prob­le­mas, no dejéis que ven­ga a la escuela” y eso es lo que sucedió. Siem­pre tuve ten­den­cia a hac­er pre­gun­tas, a cues­tion­arme “¿por qué?”. En real­i­dad, yo tam­bién resistía. El lograr que no pud­iesen obligarme a pon­erme el velo supu­so mi primera revuelta y mi primera victoria.

Durante años, solo salí de mi bar­rio, Estam­bul para mí no era más que un bar­rio. Me asus­taron de tal modo. Como si fuese a tomar el rum­bo equiv­o­ca­do si fran­que­a­ba la esquina. Con el tiem­po com­prendí que todo aque­l­lo era una tontería.

Tras acabar la escuela, tuve tra­ba­jos esporádi­cos. Eso sí, sin salir del bar­rio. Por aquel entonces no podía pasar ni cin­co min­u­tos con mis ami­gas, del tra­ba­jo a casa y de casa al tra­ba­jo. En aque­l­la época eran habit­uales los mat­ri­mo­nios arreglados. Todos los días se pre­senta­ba alguien en casa. Servía café a gente que no conocía. Me refiero a una edad en la que ignor­a­ba lo que era el amor. Nun­ca quise casarme. Nun­ca… Pero mi madre me iba a entre­gar a alguien, me iba a casar. La úni­ca sal­i­da que se me ocur­rió fue que, si alguien venía a pedir mi mano, mi famil­ia lo rec­haz­aría, así que la gente pen­saría que ya tenía un pre­ten­di­ente y no ven­drían más a pedir mi mano. Como he dicho antes, era pequeña, no podía pen­sar en otra alter­na­ti­va. Al difun­to lo encon­tré yo. Lo llamo “difun­to” no porque me arrepi­en­ta, sino porque me niego a pro­nun­ciar su nom­bre de pila, que se sepa. En fin…

Esta­ba intere­sa­do en mí. Vete a saber cómo se puede sen­tir atrac­ción por una niña… Era may­or que yo, pero para que mi plan fun­cionara, dije “vale”. Vinieron una noche para cono­cer a mi famil­ia, supues­ta­mente. Pen­sé que los míos no acep­tarían, pero nos pusieron las alian­zas en los dedos. ¿Por qué lo hicieron? Porque el pre­ten­di­ente dis­fruta­ba de una bue­na posi­ción económi­ca. Yo no había caí­do en ese detalle, pero en aquel pre­ciso instante, me di cuen­ta. Dije que no quería. Quería estu­di­ar, sólo estu­di­ar. Unos días después, me quité el anil­lo y me largué. Fui a casa de mi tía. Por supuesto, vinieron a bus­carme aque­l­la mis­ma noche. Pero ya no regresé a casa, me lle­varon donde mi prometi­do. Se orga­nizó de urgen­cia un mat­ri­mo­nio reli­gioso, sin fies­ta ni nada, no era nece­sario. Años más tarde, se cele­bró un ágape nup­cial por insis­ten­cia de mi sue­gra. Mi sue­gra me quería. Lo habéis com­pren­di­do, la fecha de mi mat­ri­mo­nio es ante­ri­or a la fecha que figu­ra en el doc­u­men­to ofi­cial. Nun­ca antes había habla­do de esto, tenía miedo. Podéis inter­pre­tar mis pal­abras como queráis, porque ese miedo aún no ha desaparecido.

Si tu marido te hubiese rechazado, yo te habría matado aquel mismo día”

Comen­zó a agredirme nada más casarnos. Mi mari­do tenía todos los prob­le­mas imag­in­ables; sufrí todo tipo de vio­len­cia. Humil­la­ciones, pal­izas, tor­turas… Ni siquiera me deja­ba salir a la calle. No recuer­do en cuán­tas oca­siones hubiese nece­si­ta­do ingre­so hos­pi­ta­lario. Mi primer embara­zo acabó en abor­to, debido a la bru­tal vio­len­cia que sufrí. La may­oría de las veces las denun­cias ter­mina­ban en comis­aría, donde los policías for­mu­la­ban pal­abras tales como “es un asun­to inter­no de la famil­ia”, “no se debe inter­ferir entre mari­do y mujer”. Las cosas pueden cam­biar si das con un buen médi­co en el hos­pi­tal o con un buen policía o con un buen fiscal…

Por supuesto, prob­a­ble­mente haya casos que no se puedan reparar solo con bon­dad: como cuan­do me apuñaló en dos oca­siones. Regresé de la muerte. Me pusieron, por orden judi­cial, en un refu­gio para mujeres. Si tu famil­ia es influyente o mantiene estre­chos lazos con el esta­do, pueden suced­er cosas que no deberían suced­er. Como cuan­do mi her­mano des­cubrió la direc­ción del refu­gio de mujeres… Aque­l­lo fue un crimen. No se puede divul­gar la direc­ción de un refu­gio de estas car­ac­terís­ti­cas, a nadie. Pero, des­gra­ci­ada­mente, en nue­stro país, la ley no respe­ta este prin­ci­pio. Si ya antes no con­fi­a­ba en el Esta­do, tras este inci­dente, mi descon­fi­an­za aumentó.

Cuan­do llev­a­ba una sem­ana en la casa de las mujeres, mi her­mano may­or, acom­paña­do por sus ami­gos policías, vino a bus­carme. Me hubiese podi­do matar aquel mis­mo día. “Si tu mari­do te hubiese rec­haz­a­do, te habría mata­do aquel mis­mo día”, me dijo. Es el úni­co moti­vo por el que mi famil­ia no me asesinó, por el hecho de que mi mari­do pidiese “encon­trad a Yasemín”.

Él quería recu­per­arme porque esta­ba obse­sion­a­do. No renun­cia­ba. Pre­sen­té una denun­cia tras otra, pero fue puesto en lib­er­tad en cada ocasión. Por aquel entonces ni la comis­aría de policía a la que acud­ías pidi­en­do aux­ilio, ni la fis­calía se toma­ban en serio los asesinatos de mujeres. De hecho, en la actu­al­i­dad la situación no ha vari­a­do mucho. Pero por aquel entonces era aún peor. Emplea­ban inclu­so un lengua­je que legit­ima­ba el fem­i­ni­cidio. Cuan­do un hom­bre mata­ba a su mujer la primera frase que todos emitían empez­a­ba con un “fijo que ella lo engañó” y ter­mina­ba con “ella debe de haber hecho algo”. Sin embar­go, la may­oría de las veces las matan porque quieren divorciarse.

femmes manif

Ya no tol­er­amos ningu­na desaparición”

Luego está la pre­sión del vecin­dario… La gente habla con facil­i­dad sobre las mujeres. Se per­miten hablar de las que se sep­a­ran, de las que se divor­cian, de las que se ven oblig­adas a dejar sus hog­a­res, e inclu­so de las asesinadas. Son partícipes del sufrim­ien­to de la mujer, del vio­len­to hostigamien­to que padece, de un tipo de vida que rec­haza. Cien­tos de mujeres mueren a con­se­cuen­cia de la pre­sión del vecin­dario, por el hecho de seguir vivien­do en la mis­ma casa. Muchas mujeres con­sien­ten per­pet­u­ar una unión que no desean sólo para evi­tar ser cat­a­lo­gadas como divor­ci­adas. Pro­ce­da de donde pro­ce­da la vio­len­cia, ya sea del jefe, de la pare­ja, de la famil­ia, de la sociedad o del esta­do, se tra­ta de vio­len­cia y no la debe­mos acep­tar. Yo tam­poco quería. Cuan­do hablé a mi madre de divor­cio, me respondió: “Te mar­chaste vesti­da de novia, volverás en un ataúd”. Mi famil­ia no tenía reme­dio. Hiciera lo que hiciese, no me podía divor­ciar. Cada día sig­nifi­ca­ba un por­ra­zo, una tortura.

Volvien­do a la jor­na­da de la últi­ma dis­pu­ta mor­tal… es como si mi mente la hubiese bor­ra­do. No puedo recor­dar con nitidez aquel día, es como si los detalles se hubiesen per­di­do. Aque­l­la noche mi mari­do regresó tarde a casa, esta­ba bor­ra­cho. Tras las humil­la­ciones y las pal­izas, me encer­ró en el dor­mi­to­rio con mi hijo. El pequeño tenía ham­bre. Se desvaneció de tan­to llo­rar. Yo tam­bién acabé por dormirme, dolori­da. Cuan­do des­perté por la mañana, mi hijo no esta­ba a mi lado. Al prin­ci­pio pen­sé que había cogi­do al niño y que se había marchado.

Volvió a casa con el pequeño en bra­zos. Nada más entrar comen­zó a pegarme y a gri­tar “¿por qué sal­iste de la habitación?”. Quise arran­car a mi hijo de sus bra­zos. Cer­ró la puer­ta con llave y la arro­jó afuera. Dijo: “Hoy sal­drán de aquí nue­stros cadáveres”. Decía que iba a matarnos, a los tres. Ten­di­da en el sue­lo, inten­té recu­per­arme. Y en aquel instante, el cuchil­lo que esta­ba sobre la mesa acabó en mi mano. Al pare­cer se lo clavé en un gesto de super­viven­cia. No entendí cómo sucedió. Esta­ba en esta­do de shock. La declaración de los policías que vinieron a bus­carme expli­ca el resto: “En la esce­na del crimen encon­tramos a una mujer en esta­do de shock, la recogi­mos y la lle­va­mos a comisaria”.

¡Las mujeres son más fuertes, unidas!”

Me arrestaron y comen­zó mi peri­o­do entre rejas. Me pusieron en la división de pri­sion­eras comunes, pero tan­to mis ideas como mis acciones eran políti­cas. La vio­len­cia con­tra las mujeres es políti­ca y está pre­sente en todas partes. Lo com­prendí cuan­do estudié el fem­i­nis­mo. He cono­ci­do cen­tenares de mujeres con­de­nadas por todo tipo de crímenes y deli­tos que una pue­da imag­i­nar. Las he escucha­do. En el rela­to de cada mujer, sin excep­ción, un hom­bre había juga­do un papel. Puedo afir­mar que todas las mujeres esta­ban allí por cul­pa de un hom­bre. Mi con­cien­cia fem­i­nista comen­zó a madu­rar como con­se­cuen­cia de esas his­to­rias. Si añades a todo lo que has sopor­ta­do la men­tal­i­dad machista de la jus­ti­cia, el lengua­je mas­culi­no de la pren­sa, ¿cómo no te vas a con­ver­tir en feminista?

Yasemin Çakal

Lib­er­tad para Yasemin”

Com­prendí en mi primera audi­en­cia lo que era la jus­ti­cia machista. El fis­cal leyó la acusación, sin pedir una inves­ti­gación de la esce­na del crimen, sin escuchar a los tes­ti­gos, sin que pud­iese exprim­irme, deses­ti­man­do cualquier util­i­dad a la elab­o­ración de un informe que detal­lase que fui tor­tu­ra­da. Esto sig­nifi­ca­ba que el vere­dic­to se dic­taría en la segun­da audi­en­cia. El fis­cal solic­ita­ba cade­na per­pet­ua. El pres­i­dente del Con­se­jo de Jue­ces ni tan siquiera me escuchó: “En todo caso, tú ya has presta­do declaración”, me dijo. En aque­l­la primera audi­en­cia perdí toda con­vic­ción, mi vida se detu­vo en aquel instante».

Cuan­do habían tran­scur­ri­do diez días, la abo­ga­da Diren Cevahir Şen vino a verme. Intenta­ba con­vencerme para que fuese parte civ­il en el juicio, para que me pre­sen­tase como víc­ti­ma. No la conocía, tenía miedo… Aque­l­la sem­ana, Diren vino a verme todos los días y al no poder con­vencerme, quiso hablar con mi her­mana, pidió su número de telé­fono. Por aquel entonces, esta­ba al mar­gen de la vida, me costa­ba inclu­so com­pren­der las cosas. Diren habló con mi her­mana, que luego fue a Mor Çatı2. Cuan­do vino a vis­i­tarme, me dijo: “Her­mana, puedes con­fi­ar en ellas, no tienes nada que perder”.  Así que acepté.

Un mes después, toca­ba la segun­da audi­en­cia. Tan pron­to como salí del vehícu­lo de la prisión, los ofi­ciales del escuadrón espe­cial me rodearon. No entendí lo que sucedía. Afuera, había bullicio…

Cuan­do inten­taron hac­erme entrar en el Pala­cio de Jus­ti­cia por la escalera de incen­dios, pude ver la mul­ti­tud. Cien­tos de mujeres gri­ta­ban “¡Yasemin, Yasemin!”. En aquel momen­to, me sor­prendí a mí mis­ma al esbozar una son­risa en los labios. ¡Había tan­tas mujeres! Pan­car­tas vio­le­tas, ban­dero­las y el eslo­gan… “¡Las mujeres están jun­tas, las mujeres son fuertes, juntas!”

Y así sucedió. Tras aque­l­la audi­en­cia, per­manec­i­mos jun­tas. A lo largo de 15 audi­en­cias y a pos­te­ri­ori, nun­ca volví a cam­i­nar sola. En la sala había diez abo­gadas, peri­odis­tas… Esta­ban todos asom­bra­dos, empezan­do por el con­se­jo de jue­ces. Había abo­gadas fem­i­nistas en la sala, numerosas mujeres en el exte­ri­or… Mis abo­gadas me defendían con entu­si­as­mo. Acep­taron nues­tras peti­ciones, los tes­ti­gos iban a ser escuchados.

En el camino de regre­so a la prisión, vi que mi juicio aca­para­ba todas las por­tadas. A par­tir de aquel día, recibí cien­tos de car­tas. Cien­tos de car­tas que leí una por una, recor­dan­do cada línea. Las he leí­do tan­tas veces, que aún recuer­do quién escribió cada car­ta, con qué letra, qué nombre…

Pasé tres años en la cár­cel, con car­tas, mi diario, leyen­do, escri­bi­en­do en oca­siones. Fui lib­er­a­da, gra­cias a las luchas de las mujeres de todos los rin­cones del país. Cuan­do en la últi­ma audi­en­cia el juez leyó el vere­dic­to, todas llo­raron. Las mujeres se habían agluti­na­do para hac­er frente a la jus­ti­cia machista y habían obtenido una gran victoria.

La liberación de Yasemin. 4 de julio de 2017, frente a la prisión de mujeres de Estambul Bakırköy.

Jin, Jiyan, Azadi”

Las mujeres, mis abo­gadas, mi famil­ia y los peri­odis­tas, vinieron a esper­arme a la puer­ta de la prisión. Soñan­do con el día de mi lib­eración me prometí algo a mí mis­ma. Iba a salu­dar a los que me esper­a­ban con un lema, el que sien­to más cer­cano, que mejor me describe… Cuan­do la puer­ta de la prisión se abrió, los micró­fonos me alcan­zaron y un peri­odista me pre­gun­tó “Yasemin, ¿quieres decir algo a las mujeres, un men­saje? “Sí” respondí y con el sig­no de la vic­to­ria en los dedos lancé el sigu­iente gri­to en mi lengua mater­na: “¡Jin, Jiyan, Aza­di!” [Mujer, vida, lib­er­tad, en kur­do].

Mi famil­ia y mi abo­ga­da me reprendieron. Aquel gri­to hizo que se acep­taran los recur­sos inter­puestos que oca­sion­aron la con­de­na a 15 años de prisión. Pero nun­ca me he arrepen­ti­do de haber salu­da­do a las mujeres con este eslo­gan. Si fuese hoy, lo emi­tiría con idén­ti­ca sin­ceri­dad. ¿Aca­so no com­bat­i­mos por las mujeres, la vida y la libertad?

Cuan­do salí de la cár­cel mi famil­ia no me dejó estar con mis ami­gas, se apresuraron en lle­varme a casa. Lloré durante todo el trayec­to. Cuan­do entré en nue­stro vecin­dario, la his­to­ria volvía a empezar. Me lle­varon en el coche que el difun­to había com­pra­do a mi famil­ia, como rega­lo por su silen­cio, hacia la primera casa en la que viví recién casa­da, la que nun­ca volví a pis­ar. Un rayo atrav­esó mi cuer­po. Real­mente no ten­go pal­abras para describir lo que sentí.

Yasemin Çakal

La casa esta­ba llena de gente. Se había reunido toda la tribu. Nun­ca olvi­daré lo que dijo mi tío: “Lo has jodi­do todo”. A par­tir de aho­ra, te arrodil­las y te quedas en casa. No puedes salir. ¡Te quedas aquí y cuidas a tu hijo! Si encon­tramos a un hom­bre que esté dis­puesto, te casare­mos de nue­vo.” En aquel momen­to, pen­sé que iba a ten­er una cri­sis nerviosa. No podía decírse­lo a la cara, pero me venían en mente fras­es como: “Nadie tiene ni idea de lo que he vivi­do”. Cuan­do me tor­tu­raron, ninguno de ellos me ayudó. Además, dijeron: “Te fuiste vesti­da de novia, volverás en un ataúd”. ¿Cómo podían decir cosas así aho­ra?”. Si bien mis pen­samien­tos eran de ese orden, afloró de mis labios una oración dis­tin­ta: “A par­tir de aho­ra, exis­to, no para los otros, sino para mi propia vida y la de mi hijo”.

Las dis­cu­siones con mi her­mano no cesa­ban. Un día me dijo: “Tran­quilízate, has cam­bi­a­do mucho, pero podré trans­for­marte para que vuel­vas a ser la de antes”. Días después, sucedió lo que tenía que suced­er. Tuvi­mos una gran pelea. Con 10 libras tur­cas en la mano, un telé­fono sin crédi­to en el bol­sil­lo, salí con mi hijo, dicien­do que iba a hac­er la com­pra y ya no regre­samos más. No podía lla­mar a nadie, no tenía crédi­to. Me pre­gunt­a­ba qué podía hac­er cuan­do me tele­foneó la abo­ga­da Sezin Uçar. Estando en prisión, venía a menudo a vis­i­tarme. Nun­ca fue mi abo­ga­da, pero era una bue­na ami­ga. Menos mal que vino a bus­carnos a la veloci­dad del rayo. Fuimos a su casa. Mi padre no deja­ba de lla­marme. Nos había con­fis­ca­do los carnés de iden­ti­dad, pen­san­do que podríamos huir. Sezin me quitó el telé­fono de la mano y col­gó. “No estás sola”, me dijo.

Después me con­sigu­ieron un empleo en el ayun­tamien­to. Más tarde tuve mi propia casa. Y tal y como le había prometi­do, mi her­mana se vino a vivir con nosotros.

Éramos felices. Todo iba bien, has­ta que mi her­mano me encon­tró. Lo primero que hizo fue ame­nazarme. Me obligaron a aban­donar mi casa. Mi her­mana tuvo que regre­sar con la famil­ia, muy a su pesar. En esta ocasión no fue mi her­mano may­or, sino otro, que había sido sar­gen­to may­or. Lo des­pi­dieron debido a mi pro­ce­so. A par­tir de aquel momen­to ya no me dejó en paz. Me decía sin cesar: “Por tu cul­pa perdí mi tra­ba­jo. Nadie ha podi­do matarte, yo lo haré” y nos atosi­ga­ba con­stan­te­mente. Antes no lo toma­ba en serio, pero empecé a asus­tarme por las cosas que decía y hacía. Al final, me apun­tó con un arma. Muchas ami­gas pres­en­cia­ron estos hechos…

Tras mi pues­ta en lib­er­tad, fui obje­to de numerosas ame­nazas. Por parte de la policía, de la famil­ia del difun­to, me inti­m­i­da­ban sin des­can­so. Inclu­so colo­caron delante de mi puer­ta una láp­i­da graba­da con mi nom­bre. Los policías se pre­senta­ban en mi lugar de tra­ba­jo, me ame­naz­a­ban. Cuan­do toma­ba parte en man­i­festa­ciones me llev­a­ban a un lado y me decían, “vuelve a casa y qué­date allí, no te pasees de una man­i­festación a otra”. Sufrí muchas agre­siones por parte de la policía. Me insti­ga­ban prin­ci­pal­mente dicien­do, ¿» qué haces tú en las manifestaciones?,¿qué tienes que ver con la políti­ca?”. Nun­ca les respondí, pero hice lo que tenía que hac­er. A través de mi lucha, les respondía como se merecían.

En aque­l­la época todo el mun­do me acon­se­ja­ba ir al extran­jero, pero nun­ca quise salir de mi país. Pens­a­ba que había pelea­do mucho para con­seguir la lib­er­tad y que podía con­tin­uar mi lucha. Durante los dos años que sigu­ieron a mi lib­eración logré encar­ar este tipo de obstácu­los. Pero sucedió algo que no me dejó otra alter­na­ti­va. Tres meses antes de huir del país mi hijo fue víc­ti­ma de una agre­sión y tuvo una con­gestión cere­bral. El autor del ataque, cuya iden­ti­dad seguimos sin cono­cer, no ha sido detenido. Tras aque­l­lo dejé mi tra­ba­jo y pedí ayu­da a ami­gas, has­ta que mi hijo se restable­ciese. Y una vez más, gra­cias a una red sol­i­daria, salí del país. No me habían pro­hibido aban­donar el ter­ri­to­rio, pero era un ries­go porque mi ros­tro era cono­ci­do. Pero lo conseguí.

Aho­ra mi hijo y yo vivi­mos en una habitación en un cam­po de refu­gia­dos de Suiza. De aquí en ade­lante no espero gran cosa. Me gus­taría no sen­tir más miedo y lle­var una vida tran­quila en la que no reine la muerte. Quisiera no ten­er más que­braderos de cabeza que los deberes y las con­trariedades de la ado­les­cen­cia de mi hijo, que mis prob­le­mas fue­sen los de la gente que lle­va una vida normal.

Yasemin Çakal

Sub­sis­to en un esta­do psi­cológi­co que me hace saltar de miedo y espi­ar el más mín­i­mo rui­do. Has­ta tal pun­to que soy capaz de recono­cer a las per­sonas que pasan delante de mí puer­ta por sus pasos. Me despier­tan las pesadil­las en mitad de la noche. Todavía no me sien­to segu­ra. Sucedió en el cam­pa­men­to en el que estábamos antes, mi hijo gritó cuan­do vio al per­son­al de seguri­dad. No ten­emos un lugar que podamos lla­mar hog­ar. Esta­mos en una habitación y la coci­na, el aseo y la ducha son compartidos.

Sé per­fec­ta­mente que mi hijo no está bien. No puede ir solo a la ducha, al aseo. No duerme en otra cama que no sea la mía. Selim vino a la prisión con­mi­go cuan­do era un bebé de seis meses. Dor­míamos jun­tos en el catre infe­ri­or de una lit­era. Cuan­do cre­ció un poco, se sub­ía solo a la cama. Aho­ra aquí tam­bién ten­emos una lit­era. Es un ver­dadero trau­ma tan­to para él como para mí. Si pudiera, la desmon­taría y la tiraría, aunque tuviese que dormir en el suelo.

Durante los primeros días de nues­tra lle­ga­da a Suiza, Selim lloró mucho. “Me men­tiste, me dijiste que íbamos a Suiza”, repetía. Los cam­pos le parecían una prisión. Y tiene razón, porque esta­mos en un cam­pa­men­to desier­to, lejos de la ciu­dad. Vivir aquí no nos hace ningún bien ni a mi hijo ni a mí. Ten­emos miedo. Hay una tramitación en cur­so. Psi­cológi­ca­mente no esta­mos bien, esta­mos pasan­do por un momen­to difí­cil. Cada vez que lla­man a la puer­ta, sien­to pánico”.

 

Yasemin rec­hazó los roles que la famil­ia, el hom­bre, el esta­do y la sociedad le habían atribui­do; y pagó un alto pre­cio por ello. Aunque su his­to­ria esté llena de difi­cul­tades, nos es famil­iar. Porque lo que nos reunió a las mujeres en torno al “Juicio de Yasemin Çakal” fue la exis­ten­cia de mil­lones de otras mujeres enfrentadas a la obligación de defend­er sus vidas, ya sea en el hog­ar, en la calle o en el tra­ba­jo, es decir, en todos los espa­cios vitales. Yasemin sim­ple­mente lev­an­tó la voz, con­vir­tién­dose inmedi­ata­mente en mil­lones de voces. Esta voz nos con­fir­ió a todas una respon­s­abil­i­dad políti­ca e hizo que nos con­gregáse­mos en una red de solidaridad.

Estos días Yasemin espera la decisión de la Ofic­i­na Suiza de Migración. Con­fío en que dicha res­olu­ción sea sat­is­fac­to­ria tam­bién para noso­tras, las mujeres.

Porque la solic­i­tud de asi­lo de Yasemin ha de con­sid­er­arse una deman­da políti­ca, por lo tan­to, deben con­ced­er­le el per­miso para vivir en Suiza con su hijo. Porque en mi opinión, el hecho de que su situación, que hemos detal­la­do en los pará­grafos ante­ri­ores, no esté resuelta, rev­ela la nat­u­raleza políti­ca de su causa.

Tan­to el pasa­do de lucha de Yasemin, como su pre­sente, for­man parte de la cróni­ca de una mujer que se esfuerza por ser el suje­to de su propia vida. Y es pre­cisa­mente ese hecho el que con­fiere a su causa una iden­ti­dad política.


Traducido por Maite.
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Dilek Aykan
REDACTION | Auteure
Gazete­ci, siyasetçi, insan hak­ları savunucusu. Jour­nal­iste, femme poli­tique, défenseure des droits humain. Jour­nal­ist, polit­i­cal woman, defendor of human rights.