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Siem­pre es un plac­er, en tiem­pos de guer­ra o de paz, ced­er la pal­abra a nues­tra ami­ga Car­ol Mann.

 

¿Covid 19, zona de guerra?

 

Tal vez el ene­mi­go no sea sólo un micro­bio invis­i­ble, sino un sis­tema políti­co despi­ada­do que ha demostra­do sus límites. Y se ha emplea­do la retóri­ca mar­cial para ocul­tar el abso­lu­to fra­ca­so de nues­tras sociedades con­tem­poráneas frente a una cri­sis que debería haber saca­do a la luz lo mejor de insti­tu­ciones que fun­cio­nan ade­cuada­mente y del pro­gre­so científico.

Mis inves­ti­ga­ciones sobre el des­ti­no de las mujeres en zonas de guer­ra, que lle­vo a cabo des­de hace más de un cuar­to de siglo, me han lle­va­do a reflex­ionar sobre las con­stantes ref­er­en­cias a la guer­ra que hacen nue­stros políti­cos durante esta pan­demia del Covid 19.

Le pedí a Azra, mi bue­na ami­ga de Sara­je­vo, que com­para­ra esta situación con el fer­oz ase­dio que exper­i­men­tó hace 25 años. Son­rió: “Los políti­cos que hablan de guer­ra no tienen ni idea de lo que dicen. Sí, es cier­to que, ya que somos may­ores de 65 años, mi mari­do y yo no podemos salir de casa. Así que nues­tra hija o los veci­nos nos dejan los paque­tes de comi­da en la puer­ta. Pero esta vez podemos comu­nicar con nues­tra famil­ia todo el tiem­po, ten­emos muchas pro­vi­siones y sobre todo podemos mirar hacia ade­lante y con­stru­ir proyectos”.

Si bien es obvio que no esta­mos en pres­en­cia de un con­flic­to arma­do real, ¿esta­mos pres­en­cian­do una guer­ra real, tal y como afir­man los medios de comu­ni­cación y los políti­cos? En tal caso, ¿quién es exac­ta­mente el ene­mi­go iden­ti­fi­ca­ble? No es exclu­si­va­mente este evanes­cente pero vicioso virus, eso está claro.

La retóri­ca mar­cial ha sido uti­liza­da por los líderes mundi­ales para jus­ti­ficar medi­das extremas y a menudo con­tra­dic­to­rias, des­dibu­jan­do los límites entre el espa­cio per­son­al y el públi­co; sus man­io­bras de con­trol en otras cir­cun­stan­cias provo­carían dis­tur­bios. En este caso par­tic­u­lar, recuer­da a la “guer­ra con­tra el ter­ror­is­mo”, que per­mi­tió que los organ­is­mos encar­ga­dos de hac­er cumplir la ley pud­iesen arrestar sin pre­vio avi­so a los ciu­dadanos, inclu­so en sus pro­pios hogares.

En su primer dis­cur­so del 16 de mar­zo, el Pres­i­dente Macron uti­lizó la pal­abra “guer­ra” en seis oca­siones para jus­ti­ficar las políti­cas repre­si­vas en vig­or, sin especi­ficar las defi­cien­cias en tér­mi­nos san­i­tar­ios que jus­ti­fi­carían quizás dicha estrate­gia: la fal­ta de equipos, en par­tic­u­lar ven­ti­ladores, más­caras y gel hidroal­co­hóli­co. Recordemos que has­ta el 3 de abril, tras 6.507 muertes, el direc­tor gen­er­al de sanidad, Jérôme Salomon, repetía que las más­caras eran inútiles excep­to para los enfer­mos. Un error fatal, como hemos vis­to, que sólo sirvió para ocul­tar la destruc­ción masi­va de más­caras por el pro­pio Esta­do, durante los mandatos de François Hol­lande y de Nico­las Sarkozy. Medi­das que, como sabe­mos, han demostra­do ser no sólo irre­spon­s­ables, sino tam­bién mortales.

Aunque la estrate­gia de guer­ra se base en una inver­sión masi­va en arma­men­to y en la lla­ma­da indus­tria de “defen­sa”, nun­ca se ha recono­ci­do públi­ca­mente la abso­lu­ta fal­ta de preparación de los gob­ier­nos occi­den­tales ante esta pan­demia masi­va, pero no sin prece­dentes. Invadir Irán o rescatar a nue­stros hero­icos ali­a­dos kur­dos en el norte de Siria sería más fácil de orga­ni­zar, porque el arma­men­to nece­sario está lis­to y la estrate­gia se ha ulti­ma­do en innu­mer­ables célu­las de crisis.

Detrás de la retóri­ca de una guer­ra aguer­ri­da se esconde una cru­da real­i­dad. Las políti­cas económi­cas neolib­erales, basadas en el lucro, han destru­i­do sis­temáti­ca­mente los ser­vi­cios de salud públi­ca de Occi­dente, has­ta el pun­to de que las estruc­turas hos­pi­ta­lar­ias de los país­es más avan­za­dos del mun­do han tar­da­do ape­nas tres sem­anas en der­rum­barse. El des­ti­no de los pacientes de país­es menos desar­rol­la­dos es peor que cat­a­stró­fi­co. Todos los esfuer­zos se cen­tran en la pan­demia, por lo que los pacientes con enfer­medades graves, los que requieren trasplantes y tratamien­tos urgentes han queda­do total­mente aban­don­a­dos a su suerte. Las mujeres embarazadas temen, con razón, por su embara­zo y par­to. En resumen, la tan cacarea­da capaci­dad de un sis­tema san­i­tario fiable y seguro en Occi­dente ha demostra­do ser total­mente fic­ti­cia. El rey está desnudo, pero sobre sus incré­du­los súb­di­tos no solo se abate la cul­pa sino tam­bién el castigo.

Ciu­dades enteras, pre­definidas entorno a las cos­tum­bres sociales y sus intrínse­cas necesi­dades, han sido divi­di­das en dimin­u­tas zonas autor­izadas, trans­for­man­do el espa­cio públi­co en un dec­o­ra­do de cer­co y de ocu­pación al mis­mo tiem­po, en el que el ene­mi­go es simultánea­mente un virus invis­i­ble y sus víc­ti­mas, los ciu­dadanos que violan per­ma­nen­te­mente unas medi­das en con­stante evolu­ción dis­eñadas para invis­i­bi­lizar­los tam­bién a ellos. En Fran­cia, se exige el equiv­a­lente actu­al de un Ausweis (salvo­con­duc­to para via­jar) de la época de la ocu­pación ale­m­ana a toda per­sona que aban­done su hog­ar, sólo por razones urgentes pre­definidas por el gob­ier­no. La denun­cia o inclu­so la delación están a la orden del día. “Cuar­ente­na ver­gonzosa” es el tér­mi­no que se uti­liza al otro lado del Atlán­ti­co para des­ig­nar a los que son vilipen­di­a­dos por salir. Ir de fies­ta es una cosa, pero penalizar a las mujeres que com­pran com­pre­sas o tests de embara­zo es otra. Las que­jas de los par­tic­u­lares indi­can que abun­dan las mul­tas abusivas.

¿Sor­prende real­mente que un gran número de per­sonas, repren­di­das e infan­tilizadas de esta guisa no tomen en serio las adver­ten­cias del gob­ier­no? ¿Cómo podemos con­fi­ar en un gob­ier­no que ha fra­casa­do en su mis­ión prin­ci­pal, la de coor­di­nar el país de man­era efi­caz y pre­vi­so­ra en medio de una cri­sis? La bravu­con­ería pater­nal­ista de un John­son o un Trump, el paseo que hizo el pres­i­dente Macron el 8 de abril en pleno con­fi­namien­to, lo dejan a uno atóni­to. ¿Y si hubiéramos inten­ta­do el respeto, el reconocimien­to públi­co de los errores y la prop­ues­ta de una alian­za para luchar respon­s­able­mente con­tra la pan­demia? Eso es lo que hizo Jac­in­ta Arden en Nue­va Zelanda.

En este caso los sol­da­dos están muy mal equipa­dos, a difer­en­cia de los con­flic­tos arma­dos, son el equiv­a­lente de los mis­er­ables sol­da­dos de infan­tería medievales enfren­tán­dose a la División Panz­er, pero sin ballestas. Los que tra­ba­jan “en primera línea” en la aten­ción san­i­taria, la dis­tribu­ción, el repar­to, tra­ba­jan 60 horas a la sem­ana o más en condi­ciones peli­grosas sin ningu­na otra opción. Sí, el mun­do aplaude y can­ta en las ven­tanas todas las noches para hom­e­na­jear a los médi­cos y enfer­meras, pero estos héroes tra­ba­jan sin más­caras ni batas y ha habido muchos muer­tos entre sus filas.

Aunque la mor­tal­i­dad del Covid 19 sea más alta entre hom­bres, las mujeres empleadas como enfer­meras, per­son­al de la limpieza, camilleras, cajeras de super­me­r­ca­do ‑en resumen, asalari­adas pre­carias- son las más vul­ner­a­bles. Las tropas de este ejérci­to andra­joso se sitúan en el últi­mo pel­daño de la pirámide social. Son en su may­oría mujeres, lo que sig­nifi­ca que, sal­vo algu­nas medal­las aquí y allá, es poco prob­a­ble que obten­gan el mere­ci­do reconocimien­to; el primer lab­o­ra­to­rio far­ma­céu­ti­co que con­si­ga la vac­u­na sin embar­go se lle­vara todos los honores.

Entre quienes imag­i­namos pasan­do sus vaca­ciones en cau­tive­rio, algunos pueden tra­ba­jar en casa, otros pueden ten­er ase­gu­ra­do por el momen­to al menos una parte del suel­do. Otro colec­ti­vo, mucho más amplio, está sufrien­do ya la pér­di­da de un even­tu­al ingre­so; en los Esta­dos Unidos, afec­ta sobre todo a las mujeres. Por no men­cionar el ver­dadero peli­gro del con­fi­namien­to con pare­jas vio­len­tas, que se mul­ti­pli­ca en estas cir­cun­stan­cias en todas partes. ¿Se pueden clasi­ficar como daños colaterales?

Las pri­va­ti­za­ciones masi­vas, pun­ta de lan­za de la economía neolib­er­al, que han elim­i­na­do hos­pi­tales, son tam­bién respon­s­ables del récord abso­lu­to de desem­pleo que se aveci­na y cul­pa­bles de haber destru­i­do trein­ta años de pro­gre­so en la sanidad mundi­al. Según Oxfam, esta cri­sis podría sumir a 500 mil­lones de per­sonas en la extrema pobreza.

¿Qué clase de guer­ra es esta que destruye los cimien­tos de nues­tra sociedad? Una pan­demia no debería ser más letal que la Peste Negra durante la Edad Media. Tal vez el ene­mi­go no sea sólo un micro­bio invis­i­ble y las vic­ti­mas unos des­obe­di­entes, puede que se trate más bien de un sis­tema políti­co despi­ada­do que ha demostra­do sus límites. Y se ha emplea­do la retóri­ca mar­cial para ocul­tar el abso­lu­to fra­ca­so de nues­tras sociedades con­tem­poráneas frente a una cri­sis que debería haber saca­do a la luz lo mejor de insti­tu­ciones que fun­cio­nan ade­cuada­mente y del pro­gre­so científico.

Como me dijo Azra des­de Sara­je­vo, la ter­cera y más impor­tante difer­en­cia entre el hoy y el mañana es que podemos ten­er planes, es decir, imag­i­nar un futuro alter­na­ti­vo al que nosotros, como ciu­dadanos, podemos y debe­mos contribuir.

Esa sería la ver­dadera vic­to­ria sobre el Covid 19 y el sis­tema que ha per­mi­ti­do la erup­ción del mismo.

Car­ol Mann

Carol Mann


 

Car­ol Mann es sociólo­ga, espe­cial­ista en estu­dios de género y con­flic­tos arma­dos, inves­ti­gado­ra en el L.E.G.S. Paris VIII y fun­dado­ra de la aso­ciación Women in War.


Traducido por Maite
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