La novelista y periodista siria Samar Yazbek, de izquierdas y opositora al régimen baatista, realizó primero 55 entrevistas. Después surgió la obra: 19 femmes (inédita en castellano) que transcribe 19 encuentros. Se trata exclusivamente de mujeres, sirias todas ellas, hostiles al poder de Bachar el-Assad. Pero más allá de los destinos individuales, ordinarios pese a las circunstancias en absoluto ordinarias, lo que la autora traza aquí es en realidad un viraje: la sublevación popular contra un gobierno déspota fue reemplazada por el obscurantismo. La historia de un “desgarro espantoso”, la del anhelo de justicia que cayó en manos de “extremistas islamistas”. Estas mujeres han tenido que aprender a luchar contra su propio bando sin olvidar jamás aquello por lo que salieron a las calles en 2011.
☰ Par Léon Mazas Crónica publicada originariamente en la revista Ballast
Vida y muerte de la esperanza de un pueblo.
La voz de las mujeres sirias
Se llaman Sara, Mariam, Dima, Zayn, Douha, Souad, Leila, Amal, Amina, Rana, Lina, Mouna, Roula, Rim, Alia, Hazâmi, Zaina, Fatima y Faten. Tienen entre 20 y 77 años. Cada una creyó y participó a su manera, como civil, en la revuelta contra Bachar el –Assad, en la estela de “las primaveras árabes”. Tras Túnez y Egipto, Siria se alzó a su vez contra “el régimen dictatorial”. La autora, escritora, periodista y feminista de izquierdas, tomó parte en la protesta. Soñó con un Estado de derecho laico. La encarcelaron. La golpearon. Al salir de prisión consiguió refugiarse en Francia; allí puso a salvo a su hija y regresó después a Siria con el propósito de fundar una ONG. Estas 19 mujeres le contaron “su” revolución, y por lo tanto “su” guerra. Son traductoras, estudiantes de psicología o de ciencias de la educación, periodistas, profesoras, funcionarias o directoras de escuela; probablemente ninguna se librará del exilio: “voces de la resistencia”, en palabras de Yazbek.
La esperanza popular
“Marzo de 2011. Los servicios de inteligencia torturan a niños
por haber escrito eslóganes anti Assad”.
Marzo de 2011. Los servicios de inteligencia torturan a niños por haber escrito, en las paredes de Deraa, en el sudoeste del país, eslóganes anti Assad. A través de Facebook se hace un llamamiento “por una Siria sin tiranía”. Tres días después el poder dispara sobre manifestantes pacíficos —antes de anunciar algunas reformas con la vana esperanza de frenar una contestación genuinamente popular. Para Zayn, “los primeros días de la revolución fueron los mejores de mi vida”. Rana no se lo puede creer: nunca hubiese imaginado que fuese posible un alzamiento en un país sometido a un férreo control por parte del Estado— Hazâmi, septuagenaria, afirma lo mismo cuando confiesa que jamás hubiese pensado poder asistir un día a una movilización parecida, ya que “el aparato represivo del régimen había convertido en aterrador el simple hecho de hablar de política”. Fátima tampoco se lo podía creer al principio, teniendo en cuenta “que estaba prohibido tener cualquier tipo de conciencia política”. Sin embargo la protesta surgió de verdad. Sara se reúne con las amigas, graba las manifestaciones, lee obras sobre revoluciones de todo el mundo. Zaina llora literalmente de gozo cuando ve a los manifestantes. Mariam blande una pancarta “Exigimos libertad”.Lina, cercana a un colectivo feminista, sueña con una “nación para todos los sirios” y la instauración del Estado de derecho. Como Roula, que aspira a “a democracia y la justicia”.Como Dima, que hace un llamamiento a la libertad y a la dignidad. A esta última la posibilidad de que la revolución gane en Siria se le antoja “poco probable”, pero qué más da, se pone manos a la obra.
A pesar del miedo de su entorno alauita,1 ante la omnipresencia de eslóganes religiosos en los cortejos civiles que se reúnen cada viernes a la salida de las mezquitas, Leila decide a unirse a ellos. “Era más fuerte que yo”: ella, que se burlaba de la política aspira ahora a una Siria liberada y se da cuenta de que “buena parte” de la población no soporta más la “tiranía”.
Afuera, reina un gran entusiasmo. A pesar de la represión, tan rápida como brutal, espera al menos un gesto por parte del régimen: que escuche a la calle. Assad habla: “cortinas de humo”. El régimen apunta deliberadamente a los manifestantes demócratas y laicos, grafiteros y partidarios de la desobediencia civil. Cuando Mariam evoca los “ideales” que la impulsaron a integrar el movimiento, responde: “una Siria libre y democrática”. En cada testimonio, idénticos epítetos. Una Siria libre del poder hereditario de los Assad, de injusticias estructurales, de la ley de silencio de un régimen supuestamente “socialista” convertido al liberalismo económico y al “modernismo“2. Y Rim, 50 años, abre inmediatamente las puertas a los manifestantes.
Aunque deplore que a finales de 2011, estando en Barzé, le comuniquen que las mujeres son una “una línea roja” y que ellas no pintan nada en las protestas, ella sale a la calle. Amina decide implicarse tras la muerte y la detención de allegados. Aunque estima que “la sociedad siria no estaba preparada para una revolución”, se manifiesta y apela a una reagrupación de musulmanes y cristianos, a la paz y a la unidad nacional.
Y de este modo asiste por vez primera a la creación de consejos locales —encabezados por “hombres de valor”. En los barrios y en los pueblos se fundan comités populares, se organizan elecciones, se ponen en práctica experiencias de autogestión. Cuando han transcurrido cuatro meses desde las primeras manifestaciones, los desertores del ejército del régimen fundan el Ejército Sirio Libre, formado por cuatro batallones. ¿Su objetivo? Proteger a los civiles de la represión y derrocar al gobierno de Assad. En octubre se funda oficialmente el Consejo Nacional Sirio (CNS): desde Turquía asegura representar 60% de las fuerzas opositoras3 y entre sus miembros figuran militantes de los Hermanos Musulmanes en el exilio4. Una militarización que lamentan Rim y Hazâmi. “Era una locura, porque en ambos casos nos dirigíamos a la muerte, con o sin armas”, asegura Sara. Pero Amina matiza: si la gente se armó fue “ante todo para defenderse”.
La represión del régimen
“Los bombardeos son diarios; en cuanto sacan los artefactos explosivos
ella sube el volumen de la música, a la espera de que acabe rápido”.
Los tanques entran en Hama, los navíos de guerra bombardean Latakia; a finales de 2011 la ONU contabiliza alrededor de 500 muertes imputables al régimen. Se confirma que el uso de la tortura es sistemático. En julio del año siguiente el régimen retira sus tropas de Rojava, en el norte de Siria, y las envía a Alepo, que estará pronto en manos de la oposición. De este modo, el Partido de la Unión Democrática (PYD) —que es a su vez crítico con el régimen baatista, con la militarización posterior a la sublevación y con un CNS que juzga supeditado al gobierno turco —se impone, en ocasiones bruscamente, con el objetivo de constituir un gobierno autónomo basado en la abolición del patriarcado y del capitalismo: un “nuevo socialismo“5 , el confederalismo democratico.6 En definitiva, una revuelta dentro de la revuelta.7
Respaldado por el Hezbollah libanés y por Irán (y después de 2015 por la Rusia de Putin), el régimen sirio libra una contienda despiadada con las numerosas fuerzas rebeldes. Y también con los civiles. “La única posibilidad que teníamos era la de proteger al pueblo de los terroristas. No había otra alternativa… Si Qatar no hubiese financiado desde el inicio a esos terroristas, si Turquía no hubiese proporcionado apoyo logístico y Occidente apoyo político, las cosas habrían sido diferentes“8, se justificaría Assad en 2014. Sara vio con sus propios ojos los estragos provocados por las bombas termobáricas. Vio como una de ellas mataba a una madre y a sus ocho hijos. “No podíamos creer lo que nos estaba sucediendo”, dice aun hoy. Puso inyecciones a los heridos, grabó las masacres, envolvió los cuerpos de las mujeres asesinadas. Mariam, que fue detenida y torturada por su participación en las asambleas pacifistas y en las acciones de carácter humanitario — se refugiará en Francia al salir de la cárcel. Bajo los bombardeos, Zayn se dejará la piel en un hospital de Alepo: “Cuando nos traían cadáveres de niños decapitados [por las bombas del régimen, ndla], me entraban temblores […] Dejaba de dormir”. Fue detenida, golpeada, violada. Violaron a un opositor delante de ella. “Vi cómo algunos prisioneros se volvían completamente locos”. La comida estaba llena de restos de uñas y de cabellos. Desde las entrañas de la mazmorra se negó a votar a Assad; la pusieron en aislamiento. “Estaba destruida física y psicológicamente”. Al salir distribuye comida y medicamentos a las mujeres y a los niños de Alepo. Vuelve a ayudar en el hospital, da clases. Zayn consigue finalmente huir de su país y llega a Canadá. “No pedíamos mucho, un poco de dignidad, de libertad y de justicia. A cambio nos exterminaron […]”.
Amina, madre de tres hijos, participa en la sublevación transportando comida y medicamentos. En octubre de 2013 será detenida, golpeada: su marido será torturado. Liberada durante un intercambio de detenidos, destrozada, encontrará cobijo en el Líbano. Tras participar durante diez minutos en una concentración no violenta, Lina también será encarcelada —sus camaradas de izquierdas caerán uno a uno entre las garras de la Dirección General de Seguridad. Será torturada y violada. En Barzé, Rim presenciará la muerte de su vecina, abatida por un tanque del régimen cuando salía a regar las flores. “Por todas partes vimos cuerpos despedazados. No comprendíamos porqué se ensañaba el régimen con nosotros de semejante manera”. Fátima trabajaba en una farmacia y aceptada curar a todos los combatientes heridos, cualesquiera que fuesen, “por humanidad”: será detenida y torturada con electricidad. “Yo era una simple farmacéutica”, se esforzaba en decir a los verdugos. Según confesará a la escritora, ya no cree en nada. Más tarde se convertirá en exiliada en algún lugar de Europa, sin otra compañía que la noche y las pesadillas.
La revolución fallida
“Douha relata: La revolución se islamizó y la gente como ella,
entiéndase, progresista, no tenía donde ir”.
“Juro ante Dios, que comeremos vuestros corazones e hígados, perros, soldados de Bachar”, clama un comandante rebelde en marzo de 2013: antiguo miembro de la brigada al-Farouq, una de las principales del Ejército Sirio Libre, se lleva a la boca, frente a la cámara, dos órganos que acaba de extraer del cuerpo de un soldado del régimen. Tres meses antes, el ESL, que dispone de unidades prácticamente en todo el territorio, ha puesto en marcha una estructura de mando unificada9. Al frente de la misma se encuentra el que fuera general del ejército de Assad (destituido, lo veremos en 2019 junto al ejército turco dispuesto a erradicar la administración de Rojava). Pero en mayo de 2013, la dirección del ESL reconoce que le resulta difícil unificar a los rebeldes e indica que trabajan en estrecha colaboración con la organización salafista Ahrar al-Cham10. Jabhat al-Nosra, considerada por aquel entonces como la rama siria de Al-Qaïda, contempla a su vez cómo integran sus filas los rebeldes del ESL. En septiembre del mismo año, 13 grupos de combatientes —algunos de entre ellos pertenecen al ESL—anuncian que el combate contra el gobierno debe ubicarse bajo el sello de la ley coránica ; dos meses después, se crea el Frente Islámico con el apoyo de Arabia Saudí, Qatar y Erdogan, convirtiéndose de facto en el principal grupo opositor: aglutina siete organizaciones (incluida una kurda), cuenta con 45 a 70 000 combatientes y asegura en su estatuto obrar por la implantación de un Estado Islamico11 . A finales de 2013, apunta Michel Duclos, antiguo embajador en Siria, la guerra civil “se convierte en gran medida en un conflicto confesional” dentro del cual los rebeldes islamistas “toman la delantera“12.
Era evidente que en el seno de semejante configuración no había lugar para una alianza global Rojava-ESL13 —sobre todo teniendo en cuenta que los revolucionarios kurdos, tal y como recordaba aquel mismo año un portavoz del PYD, “constataban que eran agredidos por elementos autoproclamados del ESL“14: por ejemplo a partir de 2012 hubo combates contra las YPG en Ras al-Aún, una dirigente del YPJ fue capturada y posteriormente entregada por el ESL a Turquía, donde sería torturada15 .
“Creo que la revolución acabó en 2013”, confiesa Sara a la autora de 19 mujeres. Dima por su parte señala ” haber visto cómo se transformaba con brusquedad el tejido social” desde finales del 2012. Douha cuenta: “La revolución se islamizó ” y las personas como ella, entiéndase progresistas, “no tenían a dónde ir”.
Amal, cuyo hermano se ha unido a la oposición armada, piensa en instalarse en el bastión rebelde de Guta, cerca de Damasco, a raíz de la matanza con gas sarín de agosto de 2013; renuncia, ya que no desea que le impongan el uso obligatorio del velo y más tarde abandona Siria ya que las regiones “liberadas” por el ESL están “controladas por grupos islamistas”. Rana por su parte, consigue llegar hasta los sectores que el régimen había abandonado; descubre que debe lucir un atuendo islámico y estupefacta, confiesa a la escritora: “¡Nos habíamos rebelado para obtener más dignidad pero no para que los extremistas y los barbudos viniesen a nuestro país! […]Esto significaba vivir en una gran prisión”. Decide por lo tanto ir a echar una mano a un campo de refugiados al norte del país.
Lina, como Douha, se da cuenta de que los progresistas “no son nada”, teniendo en cuenta que están atrapados entre la dictadura y los opositores. En Guta rechaza el velo impuesto por los rebeldes e ignora las amenazas que pesan sobre las mujeres que conducen (en Alepo, Zayn brinda un testimonio parecido: la acosaron por dejarse ver al volante y por negarse a portar el niqab). A comienzos de 2013 Lina anota que las palabras “dignidad ” y “estado civil”, que figuraban como emblema de una brigada rebelde, serán substituidas por la fórmula “No hay más Dios que Dios”: a pesar de la obvia resistencia, relata, los combatientes “acabaron por ceder”, es decir por unirse al extremismo religioso. Abandona Deraa y se refugia en Francia, inmersa en una “desesperación indescriptible”.
“El régimen de Assad nos oprimió políticamente,
ellos [los islamistas] nos tiranizan política y socialmente”.
Mouna, enrolada como civil en Raqqa, asiste a la creciente hegemonía de Ahrar al-Cham— uno de sus fundadores, Hassan Abboud, fue liberado por el régimen al comienzo de la sublevación popular: en 2013 explicaba a Al Jazeera:
“Compartimos el mismo objetivo final: el Estado Islámico. El ESL, el Frente Islámico, al-Nostra y Daech aspiran a lo mismo. Sin embargo, cuando se trata de tácticas, estrategias o métodos, podemos o no estar de acuerdo.“16 Mouna lamenta que “las cosas cambiaron en aquel instante” para las mujeres y los movimientos laicos. Cuando Jabhat al-Nosra se hizo con la ciudad le ordenan vestir un “atuendo legal” y cesan de dirigirle la palabra. Los tribunales islámicos de Ahrar al-Cham le parecen “peores que el régimen de Assad”. Por lo tanto huye a Turquía. “Lo peor es que antes de la revolución era libre de hacer lo que quisiese […]. De pronto ese mundo vasto estalló […] Nos habíamos sublevado contra el régimen para reclamar más libertad, pero al final nuestros derechos retrocedieron varios siglos”.
“Tras los primeros meses del alzamiento”, a Roula le preocuparon los eslóganes de carácter religioso. Pero quería creer en una revolución democrática y se alistó de manera altruista junto a la población que había sido desplazada por los bombardeos del régimen. Viendo que entre los rebeldes el discurso confesional se convertía en “moneda corriente” tomó sus distancias, alegando que los partidarios de una línea nacionalista eran “escasos”. Leila, oriunda de la clase media de Homs, llora igualmente las divisiones comunitarias. Alguien cercano le confía: los hombres del régimen son “despreciables” pero teniendo en cuenta que es alauita, teme que “los sunitas degüellen a su familia”. Leila reconoce que perdió toda esperanza: la joven abandona Siria en dirección al Líbano. Zaina, que acogió con fervor la sublevación de 2011, deja su país cinco años después: en el exilio, le acechan los remordimientos. Incluso la culpabilidad. Todo eso “para nada”. “Salimos a las calles para protestar, pero al final lo único que hemos logrado es que la opresión que sufre la gente se intensifique”, confiesa a la autora. Vive inmersa en un sentimiento de derrumbe. “El régimen de Assad nos oprimió políticamente, ellos [los islamistas] nos tiranizan política y socialmente. La opresión de los islamistas es mucho más violenta sobre nosotras, las mujeres”. Y Faten testifica: el extremismo religioso no es solo fruto de la represión y de la instrumentalización del régimen — existía ya en Duma.
Si bien Dima participó en la red de comunicación de grupos armados (creó vínculos principalmente con al-Nosra), reconoce “no haber comprendido” que aspiraban al poder y mataban “con el objetivo de lograr un puesto central en el sociedad”. El ESL le reprochó haber trabajado al lado de los hombres y atacó la facción femenina rebelde fundada por una de sus amigas. Para ella supuso una desilusión: Dima se había manifestado en las calles contra un poder injusto y nunca hubiese imaginado asistir a semejante regresión. “Entre los rebeldes había ladrones que hicieron cosas mucho peores que el ejército del régimen”. Cuando se da cuenta de que la bandera siria de la sublevación ha sido reemplazada por el estandarte negro de los teócratas, expresa su desacuerdo: para finales de 2014, dice, el carácter nacional y pluricultural de la guerrilla había desaparecido por completo. Toma sus distancias y bajo las bombas del régimen, se horroriza ante la “regla” impuesta en la zona rebelde: no curan a las mujeres rebeldes porque es pecado que un médico hombre les toque. “Fueron muchas las que murieron por ese motivo “. Sin embargo Dima sigue adelante: trabaja en un centro de mujeres, participa en talleres de alfabetización. Pero cuando Jaysh al-islam, facción salafista ligada en un principio al ESL (que hace un llamamiento para que Damasco sea “limpiada de la mugre” chiita y alauita), toma las riendas de Guta, se siente en peligro de muerte y decide batirse en retirada. “Los combatientes islamistas no eran mejores que los hombres del régimen” concluye, refugiada en el extranjero y llorando la muerte del “sueño revolucionario”.
“La causa de estas 19 mujeres era sin embargo tan justa,
nos lo recuerda sin cesar. Nadie puede ponerlo en duda”.
“No me podía creer que nos humillasen simplemente por ser mujeres. No podía hacerme a la idea de que nuestros compañeros de la revolución se comportasen así”, confiesa Sara, que padeció la dominación masculina “desde el inicio” de la sublevación. Ella caminó, filmó, alertó a los medios internacionales sobre la represión del gobierno, sufrió los bombardeos químicos y ahora resulta que le gritan para que vuelva a casa, que informan a su padre sobre su relación con los hombres —así que ella también se marchará. Aunque recuerda que indiscutiblemente el primer responsable de la guerra civil es Asad, notifica a la autora que “la principal razón” de su partida se debe a los islamistas. Mientras Faten, oriunda de Duma, creyente y practicante, exclama: “La revolución ha devorado a sus hijos, y quienes se alzaron contra Asad, se han convertido en monstruos como él”.
*
En octubre de 2019 el régimen sirio anuncia que la provincia de Idleb, el último bastión rebelde dominado por Hayat Tahrir al-Cham, ligado por un tiempo a Al-Qaïda, es “la clave” para acabar con la guerra civil. El mismo mes, al norte del país, la Turquía de Erdogan, aprovechando la repentina marcha de las tropas estadounidenses, invade Rojava, con la esperanza de aniquilar la Administración autónoma, de masacrar la Şoreşa Jin (Revolución de las mujeres) y de recomponer demográficamente los futuros territorios ocupados “limpiándolos” de todo elemento kurdo.
Para llevar a cabo las matanzas y masacres, el ejército turco dispone sobre el terreno con el apoyo de su abnegado ayudante, el Ejército Nacional Sirio. Este último, heredero del ESL, es en la actualidad la fuerza oficial del gobierno interino sirio y el brazo armado de la oposición en el exilio. Con vistas a evitar lo que ellas denominan un “genocidio”, las autoridades de Rojava recurren al poder central y soberano: “un acuerdo doloroso” que implica el retorno del régimen, odiado por su pasado anti-kurdo, a la región autónoma. El mismo mes, por fin, el líder iraquí de Daech es eliminado en el marco de una operación conducida por el gobierno de Trump.
8 años de guerra. El exilio de la cuarta parte de la población. Han perecido entre 300 y 500 000 personas, cifras que incluyen civiles y combatientes—según datos del Observatorio sirio de derechos humanos, el régimen ha asesinado a más de 85 000 civiles, 30% por medio de la aviación. “Soñábamos con algo imposible: justicia” escribe Samar Yazbek al inicio del libro. Los partidarios de una revolución democrática habían imaginado una Siria preocupada por los derechos humanos, liberada por fin del poder totalitario; no ha habido revolución: Assad sigue en el poder y la oposición islamista ha sumido el ánimo revolucionario en “regresión brutal”. A medida en que se esfuma la hipótesis de la desintegración del Estado-nación sirio, el gobierno trabaja ya en la normalización diplomática. A finales de noviembre de 2019 Assad adelanta en las páginas de Paris Match que no hubo ninguna “sublevación popular” y proporciona una narración binaria: “los sirios contra los terroristas”. Unos días después en la provincia de Idleb fallecen bombardeadas una docena de civiles. “Hemos perdido todo, incluso la esperanza. Porque una maquinaria de guerra monstruosa nos ha aniquilado. Siria ya no existe“17 según Samar Yazbek. Pero, nos recuerda sin cesar, la causa de estas 19 mujeres “era tan justa”. Nadie podría ponerlo en duda.
Foto: Siria, 25 de marzo de 2015 (Yasin Akgul/AFP/Getty)