Zehra, una mujer de una aldea cercana a mi pueblo natal, tiene solo 60 años. Pero no puede subir escaleras por culpa de una hernia discal.
Acompaño desde hace veinte años a enfermos procedentes del este de Turquía. El hecho de que estas personas no hablen turco significa que es necesario que alguien les ayude.
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Empieza casi siempre igual: El enfermo o un allegado me llama desde su pueblo para preguntarme si conozco algún médico.
De modo que por mediación de conocidos me pongo a buscar un doctor. Luego voy a recoger al enfermo o enferma al aeropuerto y le acompaño al hospital.
Tras haber cumplido la tarea más ardua, es decir, recorrer pasillos interminables, esperar en largas hileras, completar los papeles de ingreso, confío la persona enferma a los “médicos turcos” y regreso al trabajo.
En esta ocasión, tras cinco días de búsqueda, conseguimos por fin contactar a un facultativo que pueda examinar a Zehra, gracias a mediación de conocidos que, aunque estén exhaustos o de vacaciones, se las arreglan siempre para encontrar un médico.
La doctora nos dice que Zehra necesita atención médica. ¡Génial! Pero también nos dice que no la puede hospitalizar, ¡¡¡ “ya que carece de lengua”!!!.
Dejamos a Zehra que se retuerce de dolor en la consulta y pasamos a la sala contigua, donde se reúnen los asistentes. Le digo: “Doctora, Zehra tiene una lengua, pero usted no la conoce”. Ella me responde: “Vive en Turquía, así que está obligada a hablar turco”.
Le digo que no existe ninguna ley que obligue a los pacientes a hablar turco para poder ser atendidos. “Por supuesto que tiene que hablar turco. Si durante la noche tiene fiebre o algún problema, ¿cómo nos lo va a explicar? “, me pregunta.
Le digo “si, pero su hijo está con ella”. A lo que replica, “no aceptamos la presencia de un hombre en una habitación en la que esté ingresada una mujer”.
Le digo “su hijo esperará en el pasillo hasta la mañana”. A lo que responde, “sí, pero las otras pacientes no aceptarán algo así”.
Desalentado, le repito la fórmula que me ha chivado el médico conocido que nos ha guiado hasta aquí: “La tía tiene un teléfono móvil. Si tiene un problema puede llamar a su hijo y él puede traducir instantáneamente al teléfono, el problema de su madre”. Me responde: “no es nuestra costumbre aquí. ¿Esa mujer no tiene una hija o hermana que hable turco?”.
El hijo de tía Zehra interviene, “tengo una hermana, pero con discapacidad. Puede hablar pero tiene dificultades para caminar”.
Me contengo y le digo que ella es médico y tiene ciertas responsabilidades legales y éticas, que aunque Zehra fuese muda y no tuviese a nadie, esta circunstancia no constituiría un motivo para rechazar su ingreso. Si le dijese que soy periodista y que lo voy a hacer público, o si le amenazase con una denuncia, seguro que le asustaría, pero al mismo tiempo perdería toda oportunidad de curar a Zehra…Como mucho Zehra sería hospitalizada, pero la envirarían de vuelta a casa tras un “tratamiento” chapucero…
Respondo a la doctora, que machaca con insistencia y determinación, “esta no tiene lengua”, que Zehra tiene una lengua, que su lengua se llama kurdo y que no está obligada a conocer el turco, que el estado debería facilitar la presencia de traductores de kurdo, árabe, persa e inglés en todos los hospitales. Pero claro la señora médica está del lado del Estado. Y mostrando una sonrisa amenazadora, la misma que exhibe desde el inicio de nuestra conversación, me dice: “el Estado no tiene ninguna obligación de ese tipo”.
Felizmente, gracias a la llamada telefónica del médico que nos ha ayudado, la doctora acepta hospitalizar a Zehra, a condición de que haga venir de Yüksekova a su hija discapacitada por una parálisis post parto.
Sin duda alguna algunos lectores y lectoras pensarán “se trata de casos aislados”. Pero yo, que llevo veinte años ejerciendo de acompañante, afirmo que no se trata en absoluto de un caso aislado, que sucede con frecuencia. “La tía viene del este, carece de lengua”, es el título de un artículo que publiqué en 2011, en relación a otra tía. La frase me serviría para encabezar este artículo.
Pero la tía tiene una lengua. La lengua kurda existe.
En realidad, frente a quienes se las dan de cazatalentos de los años 30, amenazando la vida de los que hablan otro idioma, aniquilándola, frente al incremento cotidiano de desfachateces y disparates que repiten “la lengua kurda no existe” y en paralelo con el aumento de agresiones racistas, de nada sirve empeñarse en demostrar la existencia de la lengua kurda.
Digamos que el kurdo no existe. Pero si de verdad la lengua kurda pertenece al turco (el kurdo es un dialecto del turco hablado en la montaña), ¿por qué razón no nos comprenden los turcos? ¿será que no tienen lengua?
Digamos que el 80% del kurdo y del turco proceden del árabe y del persa. Y aunque no existiese una sola palabra en kurdo. Lo repito por última vez; ¿qué te importa? ¿Qué es lo que te inspira tanto miedo de una lengua? Sé valiente y escupe esa astilla rancia adherida a tu lengua.