Me encuentro en Silopi, distrito de Şırnak, en la frontera turca con Irak y Siria. Me adentro en un hogar afligido por la pobreza en el barrio de Karşıyaka. Han apilado las camas en un rincón de la habitación calentada por un radiador eléctrico. En la pared cuelga la foto de un niño de corta edad. Se llamaba Mehmet, Mehmet Mete.
Me siento junto a su madre y su padre. Este último conducía camiones, pero como tantos otros camioneros de Silopi, en la actualidad está parado. Un instante después una niña con el cabello trenzado irrumpe en la habitación, de regreso de la escuela. Se trata de la gemela de Mehmet, Mercan.
La madre acerca el retrato de Mehmet y me lo tiende. Comienza el relato con tono agraviado: “Mi Mehmet era tan joven cuando falleció. Nadie llegó a escuchar su voz”.
Escribo estas líneas a petición de la madre, para asegurarme de que por fin se preste atención a la figura de Mehmet aunque sea demasiado tarde.
Sucedió el 21 de Diciembre de 2015. El 24 de Diciembre el gobierno había decretado en Silopi un toque de queda indefinido de 24 horas en reacción a los enfrentamientos entre el gobierno turco y el PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán). El padre de Mehmet, que por aquella época trabajaba como camionero, había permanecido en Irak desde el inicio del toque de queda. La madre estaba sola en casa con los cuatro hijos, en Karşıyaka.
El incesante estruendo de disparos y bombas asustó a la familia por lo que decidieron trasladarse a casa del tío de Mehmet. Esta se encontraba al otro lado de la calle, justo debajo de la mezquita y pensaron que sería un lugar más seguro.
Era el cumpleaños de Mehmet. Iba a cumplir 11 años. Estaba tendido en el sofá que utilizaban como cama pero no dormía. Sus dos hermanas permanecían despiertas junto a él. La madre estaba preparando la mesa para la cena. De repente, estando Mehmet tumbado en la cama, un trozo de metralla alcanzó su cabeza. Arrancó de cuajo la mitad de su rostro. La madre, los niños, todos empezaron a gritar.
Mehmet murió aquel día. La madre no cesó de llamar a la policía y al hospital para que enviasen una ambulancia, pero la ambulancia no llegó. En medio de un aguacero de balas, con ayuda de los vecinos, consiguieron trasladar el cuerpo de Mehmet a una mezquita cercana que estaba vacía y lo dispusieron sobre una losa.
El cuerpo sin vida de Mehmet permaneció allí durante 2 semanas. La madre llora cuando relata “se negaron a enviarnos una ambulancia a pesar de nuestros ruegos”. Al cabo de 16 días la policía trasladó el cadáver de Mehmet a Şırnak. La familia buscó su cuerpo durante mucho tiempo antes de averiguar que lo habían depositado en una morgue.
Una semana después, sin informar a la familia, los oficiales enterraron a Mehmet. Llevaba muerto 23 días cuando le dieron sepultura. Sus seres queridos no tuvieron la oportunidad de despedirse de él…
Tras la muerte de Mehmet la policía se presentó en una ocasión en casa. Su madre me relata lo acontecido durante aquella jornada:
“Un día apareció la policía. Preguntaron cómo había muerto Mehmet. Les respondí que lo habían matado ellos. Dijeron que había sido el PKK, no ellos. Insistí, repetí que lo había asesinado la policía. El PKK no disponía de tanques y cañones. No nos atacaban con tanques y cañones. Somos civiles, no pertenecemos al PKK. Estamos acorralados por la guerra. Mehmet murió en su cama. Aunque me condenen a 1000 años de cárcel seguiré insistiendo en este punto”.
La familia intentó inculpar al gobierno, pero rechazaron la causa.
Tras la muerte de Mehmet la familia quedó aislada. “Ni tan siquiera los vecinos se preocuparon por nosotros. Nadie informó acerca de su muerte. Nadie se nos acercó para darnos el pésame. Nadie nos hizo caso”, me cuenta la madre apesadumbrada.
Le pregunto si puedo hacer algo por ella. Me responde:
“Mehmet murió en su cama. Tenía 10 años. Su asesinato no debería pasar desapercibido. La muerte de mi hijo no tendría que quedar en el olvido. El mundo debe saber. Mataron a un niño de 10 años en su cama. Exijo que no permitamos que se olvide su desaparición”.
Me conmuevo al escuchar el sufrimiento de esta madre. Yo tampoco conocía el caso de Mehmet ni el de tantas otras muertes acaecidas en Silopi.
Dedico esta crónica a su dolorida madre, a Mehmet y a todos los niños asesinados mientras estaban en la cama.
Para asegurarme de que no queden en el olvido…
Nurcan Baysal
Publicado en Inglés y en Turco en Ahval, 9 de febrero de 2019