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A primera hora de la mañana Madre Sisê saca sus zap­atil­las de plás­ti­co de deba­jo de la cama, se las pone y aban­dona el catre. Afuera llueve a rau­dales, el cielo es plomizo.

Baja las escaleras a tien­tas, posan­do sus blan­cas y tem­blorosas manos en la pared.Evin, la fun­cionar­ia de guardia, le prepara ensegui­da una sil­la y la colo­ca frente a la ven­tana. Como si se tratase de una clien­ta asid­ua del restau­rante, se sien­ta siem­pre frente a la mis­ma ven­tana y saborea largo y ten­di­do las gotas de llu­via que van cayen­do. Dispone de todo el tiem­po del mundo.

A pesar de su cuer­po anciano y cansa­do per­manece ergui­da frente a la cristalera atavi­a­da con sus tren­zas blan­cas, el col­lar de ámbar, el vesti­do de flo­res, los cal­cetines teji­dos, el pañue­lo azul y lo más impor­tante, esa mira­da digna que la car­ac­ter­i­za. Per­manece inmóvil y silen­ciosa durante toda la jor­na­da. No obstante solici­ta a Astera, com­bat­iente heri­da en Roja­va de la que cui­da y le dice “come algo”. En oca­siones sien­ta en su rega­zo a Der­sim, que gira alrede­dor de ella como una mari­posa, “xizir xizir Der­sim gune­ka”  [“Dios qué pena”: Hizir es una figu­ra sagra­da en la cos­mo­visión aleví]. Prob­a­ble­mente sea la defini­ción ade­cua­da al encar­ce­lamien­to de una criatu­ra de dos años jun­to a su madre. Der­sim es un gune­ka pero la Madre Sisê es tam­bién muy digna.

A pesar de las penosas enfer­medades, su edad avan­za­da, jamás le he escucha­do un solo lamen­to. De hecho se enfa­da con las que se desmor­al­izan y están des­ganadas. “Supe que mis hijos cayeron már­tires y no me que­jé. Con­tin­ué vivien­do”. “Desalen­tarnos no nos enno­blece” repite. Si os pre­gun­táis lo que le espera, cómo deciros que esta­mos en Tar­so, un lugar en el que los priv­i­le­gios se obtienen pagan­do un pre­cio, inclu­sive el de la tor­tu­ra. Es la razón por la que cada sem­ana la puer­ta se abre y se lle­van a una de las com­pañeras a la cel­da de ais­lamien­to. Noso­tras la acom­pañamos con fuertes aplau­sos y slo­gans. Y la ami­ga que se ale­ja mantiene la son­risa en el ros­tro emi­tien­do el yu-yu [Zagha­reet /Sagari: gri­to que expre­sa cel­e­bración o pena]. En ese pre­ciso instante percibi­mos el bril­lo de una lágri­ma que desciende de la mejil­la de algo­dón de Madre Sisê.

De esta guisa, sen­ta­da detrás de la ven­tana con bar­rotes de hier­ro, con­tem­pla el patio el día entero. Resul­ta extraño, porque a pesar de su mutismo Mame Sisê está pre­sente en cada instante de nues­tras vidas. Cada vez que paso a su lado, su mira­da me deja pren­da­da y des­cubro la ver­dad en el destel­lo de sus ojos azules. En real­i­dad lo exprime todo con la mirada.

Des­de que llegué a este lugar he desea­do hac­er un retra­to que la describa.

Pero no encon­tra­ba la man­era ade­cua­da para dibu­jar a Madre Sisê. Hoy me he sen­ta­do frente a ella y me he deja­do guiar por los sentimientos.

Había leí­do en un per­iódi­co el artícu­lo de Fat­ma Koçak y Bekir Avcı a propósi­to de Mal­va, el artista kur­do. Escribían que “en sus obras no hay ningún atis­bo de llan­to, sufrim­ien­to o rabia, y sin embar­go los podemos percibir”. En aquel momen­to pen­sé “en efec­to, Madre Sisê es como las obras de Mal­va”. Estoy con­ven­ci­da de que Mal­va se quedaría espan­ta­do si la viese.

En real­i­dad ella no nece­si­ta hablar para hac­erse com­pren­der. En su ros­tro no se vis­lum­bra pena algu­na, tan solo su son­risa. Sin embar­go cuan­do la miras de cer­ca su dolor y el sufrim­ien­to del pueblo kur­do te atraviesan la médula.

Si me pre­gun­tas cómo con­sigue trans­mi­tirnos tan­tas cosas con su son­risa tem­blorosa en el ros­tro te respon­deré que nun­ca lo sabremos.

Es como un retra­to que desmon­ta todas las expre­siones habit­uales. Cuan­do ves una pelícu­la el actor exprime el sufrim­ien­to inter­pre­tan­do un rol estable­ci­do. El ric­tus del dolor es una ima­gen plá­ci­da. Cono­cer de ver­dad a alguien requiere tiem­po, es cosa sabi­da. Madre Sisê responde a todo eso: tonterías.

Por eso digo que la resisten­cia de Madre Sisê es en real­i­dad una pose.

Cuan­do por fin acabo su retra­to se lo enseño. Flo­rece en su ros­tro una son­risa rebosante de vida. Con lágri­mas en los ojos me besa la frente mien­tras me dice “hak rora razi bo” [que se te haga justicia].

Hemos colo­ca­do su retra­to en la pared. El pequeño Der­sim envía besos hacia él, saltan­do y repi­tien­do “¡neno neno! “ [¡abueli­ta, abuelita!].

Zehra Doğan
Decem­ber 2 2018, Tar­sus Prison

  • Zehra Dogan Mere Sise

Traducido por Maite
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Zehra Doğan
Auteure, mem­bre d’hon­neur de Kedistan
Jour­nal­iste, artiste. Jour­nal­ist, artist. Gazete­ci, sanatçı.