Cuando sucedió lo de Gezi, aunque para entonces no andaba ya muy lozana, no tardé en salir al balcón y unirme a la cacerolada.
Fue en 2013. Solo han pasado cinco años pero parece que fue hace un siglo.
El 28 de Mayo de aquel año los vecinos del parque Gezi, que seguía siendo un sitio verde y acogedor en el corazón de mi hermosa Estambul, hicieron una sentada para rechazar un proyecto de acondicionamiento que hubiese destruido el lugar. El plan era levantar un centro comercial y un edificio en honor a la otomanía que ya estaba presente en Erdogan.
Y de repente, frente a la desproporcionada represión policial desatada tras la sentada, una ola de solidaridad caló en todas las regiones turcas. Centenas de millares de manifestantes, jóvenes en su mayoría, aunque los había canosos, protagonizaron una especie de primavera turca.
En Junio se contaban ya seis muertos y 4000 heridos. Los “çalpulcu”, es decir la chusma, gentuza o morralla. Así calificaba Erdogan a los manifestantes por aquel entonces. Sencillamente porque aquellos jóvenes daban la voz de alarma sobre lo que se avecinaba y lo único que deseaban era un futuro diferente para Turquía.
De manera que este año pienso celebrar mi propio Mayo de 2013.
Y mira que dándole vueltas a todo esto me he puesto pensativa y seria. Los últimos encuentros sonrientes en el ascensor y la música de las cazuelas al atardecer.
Porque hay que decir las cosas como son, por aquel entonces los republicanos kemalistas defendían a los jóvenes y no soñaban con meterlos bajo tierra en dentro de un ataúd envuelto en una bandera, por “haber protegido la patria y las fronteras” frente a los kurdos.
Los jóvenes precisamente hablaban de reconciliación y de convivencia y se encabritaban. Brotaban pancartas, eslóganes, imaginación y risas a pesar de los gases lacrimógenos lanzados para hacerles llorar y la sangría de lágrimas de los aspersores.
El régimen quiso salirse con la suya y restaurar el Estado, utilizando toda la violencia al alcance de sus manos, causando muertos y heridos. Retomó las calles y el orden, pero tuvo que abandonar el proyecto.
Y es precisamente ese fulgor juvenil el que ahora, dos años después ha llevado al parlamento a unos individuos con los que el régimen no contaba. Impidieron los proyectos de Erdogan, volvió a abrir la llaga kurda, ya conocemos el desenlace.
Siento de verdad ponerme tan seria, pero desde mi punto de vista el miedo, la división, la represión, las encarcelaciones y las muertes recientes han sido provocadas por este desgarro. Y cuando caigo en que cinco años después tenemos razones de sobra para hablar de fascismo, ya no me quedan ganas de reír.
Mi cazuela medio magullada sigue al fondo del armario, pero sé que en la actualidad el hacer uso de ella me convertiría en terrorista.
Y mira por donde me entero, porque leo cosas interesantes, que en Francia un burgués liberal elegido presidente, con la intención de “emprender reformas” a la Thatcher, decide que la policía tiene que dar palos a la juventud contestataria. Peor aún, se ensaña con una especie de “comuna” mejor organizada que la nuestra de Gezi, que luchaba contra un proyecto inútil.
Cuando veo las imágenes no puedo evitar reconocer en ellos a los çapulcu de ayer y a los azules armados de hoy.
El mismo deseo de poder, el mismo vocabulario de “restablecimiento del orden”. Y aunque ya en aquella época la guerra siria hacía estragos, en parte gracias a nuestro futuro Reis, en 2013 Turquía era todavía presentable para vuestra Europa, incluso si Tayyip hacía todo lo posible por cambiar de bando, orientándose hacia el este. De hecho, en aquel momento, a la primorosa izquierda francesa le importaban un carajo nuestros enredos alrededor de los arboles de Gezi y los conciertos de caceroladas. Para ellos Turquía representaba un poder “algo” autoritario pero musulmán compatible. Un aliado en la zona vaya…
A mí sin embargo no me resbala que un presidente francés pretenda romper los sueños y las utopías de una juventud que no quiere ni su dinero ni su futuro liberal. ¿O será que tal y como Tayyip sueña con su Turquía de 2023 él lo hace con su Francia de 2089?
Fanatismos aparte, la religión de la guita sí que cuenta, nos da la sucia sensación de que en cuento hablamos de utopías que contradicen su sistema, el 10% del planeta que concentra el dinero, nos mete en varas a la fuerza, ya sea por medio de la religión, las balas o las matracas, o las tres cosas a la vez. Y es aplicable tanto al macarrón francés como al otomano de las estepas.
Es como si se hubiesen dicho el uno al otro…”Tú te encargas de tu ZAD del Norte de Siria que yo me ocupo del mío al sur de Bretaña”…
Qué va, no tiene nada que ver, se le va la olla a la vieja…En sus encuentros solo hablan de dinero y armas, no de cómo utilizarlas…
Se le ha olvidado que se puede domar a los jóvenes para convertirlos en apacibles emprendedores republicanos, por el futuro del planeta…
Traducido por Maité
J’ai mal à votre jeunesse, comme hier à celle de Gezi Cliquez pour lire