El discurso de Fethiye Çetin para la conmemoración del undécimo aniversario de la muerte de Hrant Dink.
Bienvenidos hermanas y hermanos,
Amantes de la justicia y la libertad,
Hermosos hijos de la esperanza y de las calles, Bienvenidos…
Hace once años eliminaron a Hrant Dink, en esta misma calle, pegándole un tiro en la nuca.
Gendarmes, policías y agentes de seguridad habían iniciado la investigación meses antes, habían establecido los planes y coordinado el equipo de pistoleros y aquel día, postrados en estas mismas calles y cafés, en los puestos callejeros de simit, esperaron que tuviese lugar el asesinato que les había llevado tanto tiempo planificar.
Cuando se aseguraron de que se había cometido el atentado y que los ejecutores habían escapado, fingieron que investigaban cuando en realidad destruían o contaminaban las pistas y recopilaban grabaciones que podían eliminar a posteriori. Y aunque registraron el crimen de principio a fin, actuaron como si estuviesen reuniendo pruebas y llevando a cabo una investigación. El simulacro no ha cesado desde entonces.
Aquel día el Estado estaba presente. Estaba presente con su policía, gendarmería y servicios de seguridad. Pero no para asegurar la protección de Hrant Dink ni su derecho a la vida, el Estado estaba allí para cerciorarse de que los pistoleros cumplían con su tarea.
No se trataba del primer atentado de este tipo. Existía una larga tradición de muertes y ejecuciones de este tipo. Desgraciadamente el de Hrant Dink no sería el último.
La muerte de Hrank Dink provocó una reacción en la sociedad que el Estado no había previsto. Provocó que la gente dijera “basta ya”. Cientos de miles de personas se congregaron en su funeral y el Estado no consiguió como pretendía dar carpetazo al expediente jurídico culpando a los pistoleros.
Porque vosotros y todos aquellos que no han podido venir hoy pero están presentes a través de sus corazones, las bravas y buenas gentes de este país, durante años, a pesar del frío, la nieve, el invierno y la opresión, no habéis cesado en vuestro empeño de reclamar la verdad, de pedir justicia
Del imperio otomano a la República de Turquía, del sistema de partido único al sistema multipartidista, del régimen de tutela militar al régimen de un solo hombre, cambian los sistemas pero el carácter, los métodos y la tiranía del Estado son los mismos.
Del asesinato de Hasan Fehmi al de Sabahattin Ali, de Abdi Ipekçi a Dogan Oz, de Ugur Mumcu a Musa Anter, todos pertenecen a la tradición del “asesinato político”, son todos ellos crímenes en los que el Estado ha estado involucrado y cuyos ejecutores han sido protegidos, constituyen la existencia misma del Estado.
Aunque cambien los nombres los asesinos son siempre parecidos: del Cuerpo Hamidiye a la Organización Especial del Imperio Otomano, de los Consejos de Investigación de Movilización a la Contraguerrilla, del Departamento de Unidad Especial de Guerra a la Unidad de Seguridad y Lucha Antiterrorista de la Gendarmería… y ahora, los equipos de operaciones especiales de la policía, de la gendarmería, hasta las fuerzas especiales del pueblo, todos se benefician de esta tradición, convencidos de estar protegidos por una armadura de impunidad.
Con su adhesión al “FETÖ”1, con el objetivo de destruir el “ETÖ”2, se confabulan con el “ETÖ” para culpabilizar al “FETÖ”.
Porque se trata de un engranaje idéntico, lo único que varía son los operarios que lo controlan. Pueden parecer diametralmente opuestos, pretender que lo único que desean es arrancarse los ojos el uno al otro, pero no hagáis caso, forman parte del mismo aparato, de la misma plataforma.
Su lucha se resume en tomar el control del Estado y consolidar el cargo adquirido, con el objetivo de perennizar su influencia. Pero su pesadilla es parecida, procede de un miedo similar: el miedo a la verdad y la justicia.
Ocultar la verdad que tanto temen constituye su principal línea de defensa. Pero saben que después de la verdad vendrá la justicia y tendrán que responder por todos los crímenes cometidos, del genocidio armenio a Dersim, de Maras a Sivas, de Ilhan Erdost a Metin Göktepe, de Taybet Inan a Kemal Kurkut, a Sevag Balikçi y de Hrant Dink a Tahir Elçi.
Con el objetivo de enmascarar la verdad y afianzar su influencia sobre el poder, forman bandos y movilizan a asesinos sanguinarios para intimidar y eliminar a armenios, kurdos, alevíes, gentes de izquierdas y disidentes, declarados todos ellos enemigos permanentes del Estado. Cometen nuevos crímenes para ocultar los precedentes.
Y es más, sucede lo mismo en todo el mundo. El mecanismo que denominamos Estado reprime con sangre, violencia y atrocidad cada una de las búsquedas de libertad, de peticiones de igualdad y justicia. Pero entonces se topa en el camino con Prometeo, Espartaco, Rosa París, Mandela, Martin Luther King, Gandhi y las Madres de la Plaza de Mayo.
Y otras tantas figuras de la resistencia que no hemos nombrado o ni siquiera conocemos…
Y al final, aquellos y aquellas que resisten, triunfan. Mandela salió de la cárcel, puso fin al sistema de racismo estatal y se convirtió en presidente. En la India, Gandhi y sus partisanos empujaron a la Gran Bretaña colonialista fuera del país. Rosa París subió al bus por la puerta apropiada y se sentó en el asiento que le dio la gana.
Y así, hace 14 años, decidieron quitarse de encima a Hrant Dink para ocultar una verdad tan grande como la copa de un pino. Pusieron en marcha su lucha por el poder y contra su vida. A día de hoy persisten en el empeño, se sirven de su nombre con la intención de apropiarse del expediente ante el tribunal.
Asesinaron a Hrant Dink hace once años y continúan abusando de él a través de sus luchas intestinas.
Han redactado un nuevo guion que les gustaría hacernos tragar y quieren que no les persigamos más. Según este esquema los asesinos de Hrant Dink provienen de un círculo con el que todavía ayer mantenían lazos estrechos, pero han resultado perdedores en el forcejeo por el poder que ambos mantenían.
Cada escenario comprende una pequeña parcela de verdad y no podéis engañarnos con semejantes trampas, tomad nota: queremos la verdad, toda la verdad. Sabemos que será muy difícil conseguirla. Sin embargo no cesaremos en el empeño de apuntar al criminal, de juzgarlo.
“El mundo es peligroso: no por causa de quienes hacen el mal sino por culpa de aquellos que no hacen nada por impedirlo.” (Albert Eintein)
Del mismo modo que en países similares a lo largo y ancho del mundo, en esta tierra el tirano ha conseguido extraer el poder de su público, lo ha consolidado gracias a sus partisanos, ha descriminalizado el crimen con el acuerdo tácito de los observadores. Los criminales no han sido juzgados y los crímenes permanecen impunes.
Sucedió otro tanto con el genocidio de 1915, en aquel entonces los observadores no solo fueron testigos sino que aquella maléfica empresa transformó el conjunto de la sociedad en cómplice. Únicamente aquellos que resistieron, aquellos que protestaron contra la injusticia, se mantuvieron en pie con las manos limpias.
Crearon un nuevo Estado, una nueva Nación, pero la paz no llegó a esta franja de tierra. Acapararon el poder pero jamás consiguieron el desahogo.
Porque tal y como dijo Levinas: “El poder absoluto sobre el otro solo es posible a través de la muerte. Sin embargo, cuando se asesina a alguien, también muere aquello sobre lo que se deseaba ejercer el poder.”
Porque mientras no afrontéis el genocidio, esa acción de profunda maldad, será inevitable que persista la violencia que toma vuestras vidas como rehenes, es exactamente lo que ha sucedido.
Tal y como nos recuerda Arendt: “Si se ha cometido el mal en una ocasión no hay razón para que no se reproduzca. Aquello que hemos experimentado queda grabado en la conciencia y pertenece tanto al futuro como al pasado.”
Atravesamos episodios en los que escuchamos con más y más fuerza cada día cómo los pasos del mal plantean una amenaza absoluta para nuestras vidas.
El estado de excepción es ahora continuo y permanente. Los codirigentes y parlamentarios de un partido legal han sido arrestados y encarcelados y los alcaldes elegidos por los votos, suspendidos. Han encerrado a periodistas y defensores de derechos humanos para facilitar la continuidad de sórdidos asuntos con otros países.
Han suprimido la libertad de expresión. Han cerrado periódicos y cadenas de televisión, han prohibido libros.
Han despedido con decretos gubernamentales, sin resolución del tribunal, a cientos de miles de trabajadores. Y por si no bastase con esto encarcelaron a Nuriye y Semih porque comenzaron una huelga de hambre reclamando poder regresar a sus puestos de trabajo.
Las muertes3en el ámbito laboral y los feminicidios han adquirido la dimensión de una masacre.
No han cercenado solamente personas y vidas humanas, en pocos meses el distrito de Sur conocido como barrio de Giaour4, que era todo un símbolo por monumentos históricos como la Mezquita Kursunlu, la iglesia Surp Giragos y el minarete sobre cuatro columnas de la Mezquita Sheik Matar, fue arrasado por completo, bajo la supervisión del Estado por supuesto. Destruyeron parques, monumentos y cementerios, destrozaron las iglesias. Incluso torturaron los cuerpos de los muertos y los huesos sin vida.
Y por si esto no fuera suficiente, preparan nuevos crímenes y masacres con un incipiente decreto gubernamental que anima, que incita incluso a los civiles a asesinar y cada día comunican la existencia de un nuevo campo de entrenamiento de armas.
¿Estará confrontada la sociedad, que no ha sido capaz de asumir la pesada e indecente losa del pasado, a una nueva vergüenza tanto o más incómoda que la precedente?
¿A excepción de la vergüenza, no disponemos de otro legado para transmitir a nuestros hijos, el futuro de la sociedad?
Por supuesto que sí:
Todavía tenemos la posibilidad de transmitirles no ya la deshonra por los crímenes y las atrocidades, sino una cultura de la convivencia con nuestras propias diferencias, una cultura de resistencia ante la tiranía y la injusticia. Para ello:
Ha llegado el momento de convertirnos en Tahir Elçi, de resistir a la violencia, defender la paz y gritar con fuerza “no seremos cómplices del crimen.”
De buscar junto a las Madres del Sábado las tumbas y los asesinos de nuestros hijos, con persistencia y perseverancia.
De volver a dar vida, tal y como hiciera Osman Kavala, al diálogo entre los pueblos, al deseo de vivir juntos, a la cultura, a las artes y las canciones de Anatolia.
Y apoyar a los abogados, que desde hace ahora 42 semanas, velan para que se cumplan los derechos, la ley y la justicia, en una época en la que jueces y fiscales han escondido la cabeza debajo del ala y las asociaciones de abogados se contentan con tímidas declaraciones.
Como Ahmet Şık, ha llegado el momento de unir nuestras voces a la de los periodistas que se niegan a doblegarse frente al despotismo y permanecen erguidos.
Como Nuriye y Semih, que resisten hombro con hombro en la lucha legítima de quienes se resisten a la tiranía de los decretos gubernamentales.
Y entonar como la maestra Ayse, “Ne dejéis morir a nuestros niños.”
¿Cómo lo vamos a hacer?
La calle es vida, es una zona de libertad, aprendamos de las mujeres y no abandonemos las calles.
Venga, no sigamos la ruta de los asesinos y los ladrones, caminemos tras las huellas de Hrant Dink, que se enfrentó a todo tipo de peligros para proteger a sus vecinos armenios y de Hüseyin Nesimi, el gobernador de Lice, que se opuso al asesinato de los armenios y lo pagó con su vida.
Seamos Hrant Dink, abracemos juntos el vasto mundo para poder llenarlo de amor.
Venga, convirtámonos en Hrant Dink y formemos un amplio frente por la paz, la democracia, una cultura de convivencia y de diálogo.
Pertenecemos a la familia que lucha desde tiempos inmemoriales por la justicia, la libertad, la igualdad, la paz, ese género de personas que buscan transformar en paraíso el infierno que atraviesan. Ya lo hicimos antes. Podemos hacerlo una vez más.
Fehtiye Çetin
Abogada, militante de derechos humanos y escritora turca de origen armenio, nacida el 4 de Mayo de 1950 en Maden, Turquía.
En 1980 tras el golpe de Estado militar, es detenida por ser militante de izquierdas y pasa tres años en prisión. Fue la abogada del periodista y escritor turco de origen armenio Hrant Dink, perseguido por la justicia de su país en 2005 acusado de insultos a la identidad turca y asesinado el 19 de Enero de 2007.
Su novela autobiográfica, “El libro de mi abuela” relata el descubrimiento tardío del origen armenio y cristiano de su antecesora, que estuvo obligada a disimular su verdadero nombre para sobrevivir tras haber huido del genocidio armenio de 1915. Tenía 24 años cuando su abuela le confió el secreto de familia: había nacido en una familia armenia, en 1915 mientras huían, expulsados del pueblo por el ejército otomano, un oficial turco la arrancó de los brazos de su madre y la adoptó. Después contrajo matrimonio con un turco. La novela ha tenido una gran repercusión en Turquía y ha sido reeditada en numerosas ocasiones. Otros turcos de ascendencia armenia se han visto reflejados en ella.
Traducido por Maité
Fethiye Çetin : Allez ! Devenons Hrant Dink… Cliquez pour lire
Fethiye Çetin: We are of those who have sought to turn the hell they live in into paradise (Agos)